Ele não/Ele sim: Bolsonaro y el despertar de la derecha brasileña
“Llega como el viento, muévete como el relámpago, y los adversarios no podrán vencerte”. -Sun Tzu
¿Prefieres que el gobierno pueda robarte o que pueda torturarte? Parecería simplista, pero es el debate entre los electores brasileños que acudieron a las urnas el 7 de octubre de 2018, para confirmar a Jair Bolsonaro como favorito en la primera vuelta para la presidencia.
El disgusto causado por una corrupción alarmante, el aumento vertiginoso en la incidencia criminal, y la peor recesión económica en su historia, han logrado que el candidato del conservador Partido Social Liberal (PSL) haya obtenido el 46 % del apoyo electoral para enfrentarse en la segunda vuelta contra el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, quien obtuvo un 29 %.
Desarrollado dentro de la milicia –donde se especializó en paracaidismo– Bolsonaro fue creando fama dentro del sector de ultraderecha, por lo que es conocido como “el Trump brasileño”.
Sin embargo, sus declaraciones en torno a la comunidad LGBT, las mujeres y los negros, hacen que Trump parezca un monaguillo.
Por ejemplo, cuando la diputada del PT, Maria do Rosário, le acusó de promover la violación de mujeres, Bolsonaro respondió que “no merecería ser violada” (implicando que era fea).
Además, declaró en 2011, durante una entrevista para la revista Playboy, que “preferiría que un hijo suyo muriese en un accidente” a que fuese homosexual.
Este tipo de retórica incendiaria es solo la mitad de la caipirinha en la cantina populista. A su misoginia destemplada y su racismo descarnado hay que añadirle su apoyo a la dictadura militar en Brasil, bajo la cual por más de 20 años se eliminó el sistema de partidos político, se censuró la prensa y los opositores fueron expulsados y hasta ejecutados.
De manera que, Bolsonaro vive entre el fascismo y el neonacionalismo, pasándole a Donald Trump desde la primera curva, y llegando cada vez más al terreno de Rodrigo Duterte y Augusto Pinochet, de quien ha confesado ser admirador.
¿Cómo un militar de extrema derecha pudo convertirse en el favorito? ¿Qué motiva al electorado a elegir al candidato abiertamente motivado por el discrimen? La respuesta parece ser la corrupción y el miedo.
Durante aproximadamente 15 años, la administración del gobierno brasileño estuvo a cargo del PT, de ideología izquierdista, y que promovía el gasto gubernamental para cerrar la brecha de la desigualdad económica. Su boom comenzó con Luiz Inácio Lula da Silva, seguido por Dilma Rousseff, con un índice de aprobación lo suficientemente fuerte como para continuar en el poder.
No obstante, el PT sufrió un golpe devastador cuando una investigación realizada por la Policía Federal Brasileña reveló un esquema de lavado de dinero que terminó en la encarcelación de Lula da Silva y la destitución de Rousseff. La investigación pasó a la historia como Operación Autolavado (Operação Lava Jato).
Increíblemente, Lula da Silva, desde la cárcel, era el favorito en las encuestas para las elecciones, contando con un 36 %.
Sin embargo, quienes queríamos ver cómo se conducía una campaña presidencial tras las rejas, nos quedamos con las ganas. El 31 de agosto de 2018, el Tribunal Superior Electoral de Brasil sentenció que Lula da Silva no podrá participar en los comicios. De modo que al PT no le quedó más remedio que nombrar a Fernando Haddad, exalcalde de San Pablo, como candidato sustituto. Aunque apenas obtuvo el 29 %, es el último cartucho que le queda a la izquierda brasileña.
Luego de un escándalo con las proporciones del Lava Jato, no debe sorprendernos que los brasileños pidan un cambio de gobierno. Lo que sin duda resulta sorprendente es que la alternativa preferida sea alguien que favorece la tortura y afirma tranquilamente que gobernará bajo un régimen militar.
Ahí está el problema de la izquierda: durante la última década, el PT subestimó el efecto colateral de su plan de gobierno basado en el gasto excesivo. Las iniciativas dirigidas a empoderar las favelas y mejorar la calidad de vida de los pobres desencadenó la actual recesión económica. ¿Y qué le sigue a toda crisis económica? Exactamente, el aumento en el crimen. El crimen causa miedo e inseguridad. Y el miedo y la inseguridad crean desesperación.
Entra a la escena Jair Bolsonaro, un militar conservador jurando poner la ley y el orden.
Como un Pennywise alimentándose del miedo colectivo a la violencia, la estrategia comunicacional del polémico candidato ha gravitado en torno a dos temas: el establecimiento de un gobierno anticorrupción y la activación de un modelo paramilitar de seguridad pública; pero este último es el tema que ha definido su discurso.
No se puede afirmar que la corrupción del PT haya sido el detonante para el auge de Bolsonaro cuando Lula da Silva contaba con un 39 % desde la cárcel, como tampoco se puede asegurar que su victoria haga despuntar la economía brasileña cuando él mismo ha admitido no tener conocimiento en asuntos de finanzas gubernamentales. Sabiendo que uno de los pilares en las ciencias militares es disimular las debilidades y magnificarlas fortalezas, Bolsonaro redobló esfuerzos para consolidar su retórica anticrimen.
Por supuesto, hubo sectores que vieron la grieta en su armadura, y en reacción a su estilo abrasivo para referirse a las minorías, surgió el movimiento Ele não (Él no). Como por combustión espontánea, la iniciativa de asociaciones feministas se tradujo en una gran movilización a través de las calles de Río de Janeiro, San Pablo y Salvador de Bahía.
Aunque Bolsonaro le restó importancia al movimiento –y los números de la primera vuelta le dieron la razón– el repudio fue innegable. Sin embargo, la sangre pesó más que la indignación. Aproximadamente 2 meses antes de la marcha, el candidato fue apuñalado durante una manifestación.
El karma político le jugó una al sector de izquierda que venía alertando que la violencia había sido estrictamente producto de la facción de la derecha. El discurso militarista de mano de acero contra el crimen ahora no solo tenía un portavoz, sino también un mártir. La figura máxima del ala conservadora se convirtió en el niño símbolo de su propia causa, con credenciales para hablar a nombre de las víctimas de la ola de violencia que amenazaba el ordem e progresso.
Con este refuerzo, la campaña se movió aún más hacia la derecha, apelando directamente al miedo. Las imágenes de Bolsonaro siendo apuñalado resultaron demasiado fuertes para la embestida liberal que, a pesar de haber ganado algo de impulso, no obtuvo el resultado esperado en la primera ronda electoral. Esto se debió a que, poco antes de la primera vuelta, la campaña del PSL capitalizó sobre el incidente que casi cobra la vida de su candidato para establecer el contraste entre “nosotros”, la gente de ley y orden, y “ellos”, los criminales y los liberales que prefieren la impunidad.
La campaña Ele não de izquierda contra la derecha, se convirtió en Ele sim desde la derecha contra la izquierda.
Desde entonces, el miedo y la inseguridad fue de tal magnitud, que ya la estrategia del ex paracaidista de equiparar “seguridad” con “dictadura” fuese un éxito. Hasta el mercado de bonos vio con buenos ojos el regreso al modelo autoritario, apostando a que, como sucedió con Pinochet, a pesar de la tortura y el asesinato auspiciado por el gobierno– se respondió exitosamente a la crisis económica que amenazó a Chile a principios de los años 80.
Ante una población aterrorizada por el crimen y frustrada por la recesión atribuida a la corrupción y falta de transparencia, el surgimiento de un candidato cuyo discurso rompe con el esquema político que le traicionó, fue el punto de inflexión del cual difícilmente se podrá regresar antes de la votación en la segunda vuelta.
Independientemente de su estilo, se le debe reconocer algo al aspirante a dictador: su campaña genialmente logró darle un giro a su favor al concepto “dictadura” y sus implicaciones positivas dentro de la coyuntura socioeconómica que atraviesa Brasil. Si no, pregúntenle al exintegrante de la famosa banda Pink Floyd, Roger Waters, quien recibió una ráfaga de abucheos cuando habló de “resistencia” a Bolsonaro durante su concierto en Brasilia.
Todo indica que tan pronto gane (cómodamente) la segunda vuelta, Bolsonaro se entregará en cuerpo y alma para establecer un gobierno nacionalista, anti-izquierda y represor. Después de todo, ese es el modelo dictatorial brasileño que él tanto añora. Y a la mayoría de los brasileños le importa poco, pues la tendencia electoral sugiere que la paz social es preferible a las instituciones democráticas que hasta entonces rigen la administración del gobierno. Cambios de esta magnitud no se logran de la noche a la mañana; surgen como consecuencia de muchos factores políticos, económicos y culturales.
Jair Bolsonaro vio venir la ola de indignación y se montó sobre ella. Se atrincheró en la retórica populista que la izquierda tenía secuestrada, y con su discurso –e incluso, con su propia sangre– pintó un cuadro que ilustra la tétrica situación de Brasil. Era solo cuestión descifrar el complejo laberinto que representa el cerebro del elector y redirigir la atención hacia su esquema comunicacional basado en el miedo, para lo cual utiliza las redes sociales magistralmente, bombardeando continuamente la psiquis brasileña.
Indudablemente, se avecina un nuevo capítulo en la historia de Brasil.
¿Crees que Bolsonaro suavizará sus posturas? ¿Se aprovechará del fenómeno que creó para consolidar el discurso de la derecha en Brasil?