The Battle for America’s Soul: La divina comedia de Joe Biden 2020 (Primera parte)
El segundo quiere ser el primero.
Tras 8 años como vicepresidente de Barack Obama, Joseph Robinette Biden, conocido como “Joe”, hizo público su deseo de obtener el puesto de su exjefe.
No es su primer ni segundo intento; durante sus casi 40 años como senador por el estado de Delaware, Biden aspiró a la presidencia en 1988 y 2008, retirándose prematuramente en ambas contiendas.
Su personalidad es tan complicada como sus posturas ideológicas. Votó a favor del Bankruptcy Abuse Prevention and Consumer protection Act de 2005, prohibiendo que las deudas de préstamos estudiantiles pudieran incluirse en las solicitudes de bancarrota; fue parte integral en la aprobación de la Violent Crime Control and Law Enforcement Act –responsable por una de las mayores tasas de encarcelamiento; y durante su término como presidente de la Comisión de Asuntos Jurídicos del Senado, condujo la infame audiencia para evaluar la nominación del ahora juez de la Corte Suprema, Clarence Thomas, en la cual la abogada Anita Hill acusó a Thomas de acoso sexual durante el periodo en que ambos laboraban en el Departamento de Educación Federal.
¿Cómo es que con un track record tan conservador y nocivo hacia la población afroamericana, Biden fue la mejor opción para Barack Obama?
La selección fue atinada. Obama-Biden demostró ser una buena combinación. Creo que nunca hubo un asunto en el que (al menos públicamente) tuvieran diferencias. Quizás fue por eso que su vicepresidencia no tuvo mayor efecto que no fuesen los memes acerca de su bromance con Barack.
Contrario a toda expectativa, Biden no aspiró a la presidencia en 2016, aparentemente como consecuencia de la muerte de su hijo, “Beau” Biden.
Jamás sabremos si Joe hubiese tenido éxito contra la irreverencia contagiosa de Donald Trump, pero a diferencia de 2016, el choque ahora es una posibilidad. Con un corto mensaje –dirigido exclusivamente al presidente republicano– Biden será, por tercera ocasión, candidato para la nominación del Partido Demócrata.
El mensaje es claro (¿y contundente?). Demuestra la intención de Biden de colocarse en el lado opuesto del espectro de Trump, enumerando valores (que se autoatribuye) para contrastar con el presidente. Es un intento de neutralizar al bully con un mensaje peace & love. No sé si utilizar la muerte de Heather Heyer durante la protesta en Charlottesville fue ir demasiado lejos –usualmente no es bien visto que un político use eventos tan trágicos para propaganda– sobre todo cuando la familia de la víctima ni siquiera fue consultada.
Otro aspecto que llama la atención del anuncio es la personificación que se le da a los Estados Unidos. Joe menciona la columna que escribió tras el trágico saldo de las protestas, declarando que “estamos viviendo la batalla por el alma de esta nación”.
Pero la salvación es individual y antes de salvar el alma de los Estados Unidos, debe primero salvar su alma como político. Así como Dante Alighieri tuvo que atravesar los tres reinos en “La divina comedia”, Biden tendrá que encarar el infierno, el purgatorio y el paraíso para llegar a la Casa Blanca.
El infierno
Joe Biden conoce muy bien lo que es el dolor y la tragedia, tanto en lo personal como en lo político. Además de la muerte de su hijo Beau, su primera esposa, Neilia Hunter, y su hija de 1 año, Naomi, fallecieron en un accidente automovilístico en Delaware.
En su travesía política, Biden ha enfrentado serias acusaciones que le obligaron a renunciar a la carrera presidencial de 1988. Se le acusó de plagiar un discurso del líder del Partido Laborista, Neil Kinnock. Poco después, surgieron rumores de que también había incurrido en plagio durante sus años como estudiante de Derecho. Eran otros tiempos; los medios de comunicación masiva dictaban la narrativa y Biden no pudo escapar de la cárcel del ciclo noticioso. Tuvo que retirarse y conformarse con el Senado.
Apostando a la memoria corta del público, Biden aspiró a la presidencia nuevamente para las elecciones de 2008. No solo se enfrentó a candidatos de la talla de Hillary Clinton y Barack Obama, quienes prácticamente secuestraron el debate público sobre las primarias demócratas; Joe tuvo mucha culpa de su pobre desempeño. Considerado como uno de los mayores resbalones de lengua en las campañas recientes, al preguntársele acerca de la candidatura de Obama, Biden respondió:
“O sea, tienes al primer afroamericano que es elocuente, brillante, limpio y de buen aspecto, es un libro de cuentos, hombre.”
De nuevo, no entiendo cómo ni cuándo fue que Obama pudo ver dentro de tanta condescendencia y racismo solapado, que Biden sería un buen vicepresidente.
Cuento largo corto, Biden tuvo que retirarse nuevamente de la primaria y pasó al olvido durante el resto de la contienda. De no haber sido por Barack, Joe sería ni remotamente una opción en el panorama de 2020.
Sin embargo, aquí está, como parte importante de la primaria demócrata; y esta vez no parece irse temprano.
Pero para quedarse, tendrá que purgar su alma de todos los demonios, pasados y presentes.
El purgatorio
Los fantasmas del pasado regresaron por el alma de Joe. Fueron 7 las mujeres que denunciaron algún tipo de conducta –de carácter sexual o extremadamente inapropiada– por parte de Biden.
¿La justificación? “Soy un político táctil”.
El problema es que Joe, como buen político de antaño, no entiende que la dinámica política evolucionó, y que en la era del movimiento Me Too, lo que él considera como algo normal, actualmente es reprochable y causa para aniquilar cualquier aspiración política. Asesorado por sus estrategas de comunicación, y con una actitud de “lo lamento si te ofendiste”, ofreció una disculpa por su comportamiento.
La purga de Biden no es solamente a nivel individual. Hay un alma justo entre la suya y la de América; un alma sobre la cual él, como segundo en mando durante ocho años, viene llamado debatir: el alma del Partido Demócrata.
A estas alturas, es inminente la división ideológica, particularmente según Trump y los republicanos avanzan con su agenda conservadora.
El reclamo de un cambio de las estructuras clásicamente partidistas a unas coaliciones con un modelo de movimientos de base, y el culto al centrismo (y hasta conservadurismo) que existe entre la clase política pre-Obama, representan el mayor reto que enfrentará Biden.
Considerado como un político estrictamente del centro, es difícil que pueda vencer a Trump sin el respaldo del sector representado por Bernie Sanders y Elizabeth Warren.
Durante la primaria, Joe debe tener cuidado en cómo elabora un mensaje poco antagónico hacia los progresistas e independientes, pero que le permita demostrar que no ha abandonado sus raíces prácticamente conservadoras.
Incluso ganando la primaria, tendrá que asegurarse de no quemar los puentes con la izquierda, que ha demostrado ser rencorosa en la derrota.
Biden ha evidenciado ser un político con una persistencia que puede confundirse con terquedad. Pero por primera vez puede que la tenacidad le permita aquietar los demonios que le persiguen desde sus inicios en la política.
El paraíso
En la política no existe tal cosa como un paraíso. Una vez se juramenta al cargo, la presidencia se convierte en una temporada de Survivor que dura, como mínimo, 4 años.
Solamente aquietando los demonios, Biden tendrá la oportunidad de medirse ante Donald Trump y alcanzar el último reino.
Como no puedo inventarme el desenlace, tendré que esperar por el resultado de las primarias –y de aplicar, la elección general– para terminar de narrar la larga travesía de Joe Biden, en busca del paraíso ovalado en 1600 Avenida Pensilvana.