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50 Shades of Bukele: La estrategia de triangulación de Nayib Bukele

En más ocasiones de las que me gustaría admitir, la política es una de las actividades con mayor hipocresía cuando se trata  de evaluar el desempeño de un funcionario o candidato electo.

Los sujetamos a un estándar casi mesiánico y esperamos de ellos la conducta de un beato o una monja, y la pulcritud de un germófobo.

Usualmente, el ciclo de esta doble vara se basa en colocar falsas expectativas, un wish list, que al no cumplirse, se contrarresta con una decepción colectiva.

Demasiado predecible.

Y aburrido.

Por estas razones, cuando surge alguien que rompe con lo que llamo el “ciclo del elector decepcionado”, la operación mediática para narrar la desilusión se trastoca. El caos no puede ser transmitido en la manera planificada, y se forma un micro-caos como consecuencia del cortocircuito que impide la programación regular del desastre.

El causante del jalón de pelos y la gritería mediática es Nayib Armando Bukele Ortez, quien a sus 37 años juramentó el 1 de junio de 2019 como el primer millennial en ocupar la Casa Presidencial, así como el mandatario más joven de Latinoamérica.

Procedente del mundo del marketing, el empresario pone en práctica sus destrezas profesionales desde que ganó las alcaldías de Nuevo Cuscatlán y San Salvador, cargos que utilizó para darse a conocer a nivel nacional como parte de la izquierda salvadoreña.

Aparte de su juventud y ascendencia palestina, poco se sabía de Bukele. Pero repentinamente fue trepando la escalera política, y en un abrir y cerrar de ojos, era el  candidato con mayores posibilidades para obtener la presidencia con facilidad.

No creas que el despunte del novato alcalde no fue un paseo por la playa.

El bipartidismo en El Salvador forma parte de una cultura política que arrastra una tradición de sangre y violencia.  Desde 1980 hasta 1992, el  pueblo salvadoreño atravesó una guerra civil cuyo desenlace consolidó al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) como opción electoral para  la izquierda, y la Alianza Republicana Nacional (ARENA) en la derecha.

Aunque sus dos victorias como alcalde fueron mediante alianzas, Bukele representaba al FMLN. Sin embargo, las diferencias internas –particularmente sus críticas hacia la cúpula del partido– provocaron su retirada del Frente.

Sabiendo que sin una maquinaria partidista le era imposible ganar la presidencia, el aspirante intentó –sin éxito– correr en dos ocasiones, bajo el partido “Nuevas Ideas”, que ni siquiera logró su inscripción, y “Cambio Democrático”. Con 2 strikes y las bases llenas, Bukele sacó la bola del parque al inscribirse como candidato por el partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA).

Con más del 53 % del voto, el joven alcalde pasó a ser el presidente millennial que rompió con el régimen bipartita de la posguerra.

Y de una victoria poco tradicional, de un candidato poco tradicional, no se puede esperar una presidencia tradicional.

Es curioso que cuando Donald Trump adoptó a Twitter como su herramienta de comunicación predilecta, la resistencia (y sorpresa) fue relativamente aceptable. Pero cuando un menor de 40 años decidió comunicar su gestión gubernamental desde la misma plataforma, parecía que el Hades había salido del volcán de Santa Ana.

Rápidamente comenzaron las críticas y la burla hacia el nuevo método de comunicación del recién inaugurado presidente, quien fue coronado  por el influencer Jacobo Wong como “el presidente más cool del mundo” por haber publicado sus primeros despidos del gabinete por medio de tuits.

Una invitación a la comunidad de YouTube no es poca cosa en estos tiempos; como una cobertura gratuita de una televisora, pero para un sector más dinámico (o desesperado) que apenas usa el televisor para ver Netflix.

En referencia al inicio del vídeo de Wong confesando que no se bañó antes de grabar, la presidencia respondió en consecuencia.

Supongo que entre la oposición y en las sedes de las grandes cadenas de comunicaciones, en ese momento se podía escuchar el coro de dientes crujiendo.

“Hemos creado otro Trump”, debieron pensar.

Mehhh…sí y no. Tienen y  no tienen razón.

A pesar de que al igual que Trump, Bukele aprovecha Twitter como un instrumento para eliminar al intermediario, el salvadoreño ha demostrado un manejo superior al estilo no holds barred del estadounidense.

Pero como la política es injusta tanto con los viejos como con los muy jóvenes, el máximo tuitero salvadoreño tiene la presión de encontrar el balance necesario entre su estrategia para la comunicación de su gestión a nivel nacional e internacional y la identidad de millennial que hace que cada tuit se viralice; esto en un mundo que limita la existencia del político a porciones de 280 caracteres.

Hasta el momento Bukele ha domado los ataques de manera sorprendente, demostrando su capacidad de triangulación política entre el entorno digital/millennial y la presencia ante el mundo político tradicional.

Vamos a tomar como ejemplo su manejo tuitero sobre los asuntos más apremiantes para los salvadoreños: corrupción y política migratoria.

1. Combatiendo la corrupción, un tuit a la vez

El Salvador se suma a la larga lista de países latinoamericanos con un largo historial de corrupción. De hecho, los dos presidentes que preceden a Bukele están enfrentando acusaciones por el saqueo de cientos de millones de dólares.

Una corrupción tan sistemáticamente establecida ha probado ser la causa principal de la recesión económica. Las pésimas condiciones de vida y la deficiencia en los sistemas de educación y laboral, obligaron a los salvadoreños a sobrevivir a toda costa. Lamentablemente, el instinto de supervivencia se tradujo en la creación de gangas que se sostienen por medio del narcotráfico, la extorsión y el asesinato.

El ambicioso millennial anunció su iniciativa para atajar el patrón de crimen pandillero que viene atormentando a salvadoreños por décadas. Su llamado “Plan de Control Territorial”, que consiste en activar elementos de la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) en combinación con la Policía Nacional Civil (PNC) para ocupar los territorios que se ven asediados por las pandillas.

Como parte de este doble operativo mediático anticrimen, el presidente Bukele, además de transmitir la movilización de sus fuerzas armadas, aseguró que su rol como comandante en jefe no pase desapercibido.

Por ahora no hay mucho para criticarle a Bukele en la esfera tuitera; si alguien tiene una verdadera oportunidad de “limpiar la casa” es un político con la filosofía de cambio radical que caracteriza a los millennials. En una plataforma que penaliza a los estafadores y el doble discurso, el presidente salvadoreño mantiene su marca de político genuino.

Pero lo que te lleva de A hasta B no necesariamente te lleva de B hasta C. De manera que para atajar el éxodo de salvadoreños hacia los Estados Unidos, la estrategia no puede ser puramente online. Aun cuando Donald Trump no se ha visto reacio a su elección, Bukele tenía que controlar su coolness ante la élite intelectual que resiente la existencia políticos sin canas pero  con ambición.  

2. La crisis migratoria y la presentación en sociedad

Un país atestado de crímenes violentos definitivamente tendrá una de las mayores tasas de emigración. El Salvador pertenece a la lista de países –según Donald Trump– con “criminales y violadores” que buscan cruzar la frontera méxico-estadounidense. Sin embargo, el mandatario norteamericano inició la relación de manera cordial.

Bukele reciprocó la deferencia de Trump.

Durante su comparecencia organizada por el think tank conservador The Heritage Foundation, el presidente electo demostró su capacidad de camuflarse entre la selva del capitalismo y el libre mercado.

El chigüín comenzó la exposición con el pie derecho. A los pocos minutos de presentarse, le dejó saber a la concurrencia que en El Salvador “No queremos limosnas” y que “Estados Unidos es el mejor aliado de El Salvador”. Para los fanáticos de la austeridad gubernamental allá presentes, eso debió sonar como la Sinfonía número 3 de Beethoven entre una nube de humo de cigarros cubanos y sorbos de whisky escocés.  

Luciendo más relajado que una cuerda de guitarra recién partida, parecía un monaguillo confesando los pecados de los salvadoreños, mexicanos, hondureños y guatemaltecos que escapaban hacia the land of the free and the home of the brave.

O sea, para un Bukele la  corrupción es el hot issue y debe proyectarse de la manera más radical posible ante las guerrillas de teclado que exigen cambio desde Twitter; para el otro Bukele más conservador, la culpa de la emigración es del país del cual se emigra, y Estados Unidos queda exonerado.

Y así, como un alambrista veterano, el presidente salvadoreño busca sobrevivir manteniéndose en el centro, caminando sobre la cuerda e ignorando las ráfagas que soplan desde los extremos. Ofreciendo a los jóvenes más entretenimiento, y más pragmatismo para quienes dudan de sus capacidades por su juventud. Por ejemplo, en su mensaje a la Heritage Foundation, dijo:

“Nuestro movimiento trasciende la ideología. No me considero de derecha o de izquierda. Si les preguntas a tus hijos si se consideran de derecha o de izquierda, dirán ‘Papá no me importa’. Quieren el pragmatismo. Quieren soluciones”.

Probablemente se deba a su formación profesional en la mercadotecnia, quizás sea que pese a su edad tiene un buen olfato político, pero Bukele encontró el punto perfecto entre el sensacionalismo y el pragmatismo.

Quien mejor explicó el fenómeno en la estrategia de Nayib fue uno de sus rivales, el actual presidente de la Asamblea Legislativa, Norman Quijano, cuando servía como jefe de campaña del candidato de ARENA, Ernesto Mason.

Aunque estas declaraciones parecen absurdas ahora que Bukele aplastó a sus oponentes, en general, estoy de acuerdo con Quijano: “No es de un político hábil abrir tantos frentes”.

Con lo que no contaba Quijano –ni ninguno de nosotros– era con la habilidad del entonces candidato para cerrar cada uno de esos frentes con propuestas centristas o populistas, según las circunstancias. No solo pudo triangular efectivamente su candidatura al aspirar por la coalición GANA, compuesta de políticos de izquierda y de derecha,  sino que también centralizó su postura en torno a la crisis migratoria, colocándose a la derecha de AMLO, pero a la izquierda de Trump.

Bukele logró en el 2019 lo que Clinton logró en 1996: ganar la elección valiéndose de los medios disponibles para aglutinar sectores normalmente opuestos en el espectro ideológico, pero que favorecen medidas de política pública de amplio alcance. Para Bill fue la economía y el déficit presupuestario; para Nayib son la corrupción, la emigración a los Estados Unidos y sus consecuencias sobre la economía de El Salvador.

A Bukele aún le falta mucho por recorrer sobre la cuerda floja. El tiempo demostrará si continúa con el balance entre el sentimentalismo tuitero y la sobriedad pragmática o si los vientos ideológicos lo tambalean hasta golpear el pavimento.

¿Te parece que Bukele es genuinamente centrista o se trata de un caso de Dr. Twitter y Mr. Hyde?