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MAGAvelli: Una lectura maquiavélica de Trump y la caravana migratoria

La oleada de centroamericanos sigue avanzando. Cada vez más cerca de México, cada vez más cerca de los Estados Unidos.

EFE María de la Luz Ascencio

Al otro lado de la frontera, vistiendo moda de camuflaje y armados hasta los dientes, varios grupos  paramilitares que llevan años esperando con ansias a los hombres, mujeres y niños –todos reducidos a beaners o wetbacks– con quiénes practicar el tiro al blanco.

En la parte más “desarrollada”, donde desenfundar un arma y el linchamiento son todavía socialmente inaceptables, los rifles de asalto y las 9 milímetros son sustituidas por miradas cortantes, epítetos a mansalva y el típico escupitajo en el suelo que disipa cualquier duda relacionada con el  aire de superioridad que sienten algunos estadounidenses meramente por su color de piel y su idioma anglosajón.

Esos que silenciosamente añoran el regreso de un Jim Crow más abarcador –muy a su pesar– están obligados a reconocerle el derecho a la vida a esos que llegaron al planeta Tierra con tez oscura…pero saben que desde Washington, D.C. soplan vientos de cambio.

Al encender el televisor o entrar a Twitter, cada palabra, cada imagen y cada tuit se convierte en una excusa para avivar  el resentimiento contra los “violadores”, los “narcos”, y los “criminales” de habla hispana.

Frustrados por eso que llaman “ley y orden”, no les queda más remedio que desahogarse en las urnas.

Para ellos, el voto es la bala directa al corazón de las pretensiones minoritarias de coexistir sin temor a represalias por el simple hecho de respirar; cada legislador republicano es un portavoz de sus ambiciones del White America. Pensando que el presidente Trump debe tener su equipo completo para construir el muro y aplicar  el veto inmigratorio a los indeseables, reconocen que para lograrlo es necesario pintar a los Estados Unidos de rojo.

Simpatizantes de Trump durante un discurso en Charlotte, Carolina del Norte. Foto por AFP.

Una reacción tan visceral, además de poner de relieve el cansancio de varios sectores con la filosofía política sin fronteras, responde a una paranoia sistemáticamente infligida para llevar al votante a un punto  sin retorno, al lado oscuro en donde el miedo y el odio son intercambiables.

Y todo se complica más cuando es el estado el responsable  de  alimentar  a la bestia para luego soltarla a la multitud; en este caso desde la Avenida Pensilvania, donde el comandante en jefe hace uso de su mejor arma de destrucción masiva. No se trata de bombas nucleares, sino de la manipulación a través del miedo.

Por supuesto, Trump no es el primero en hacer campaña en torno al miedo. Desde tiempos inmemoriales, se ha intentado sostener el orden social mediante la intimidación, pero han sido pocos los que logran hacerlo de forma romántica. Es decir, de tal manera que quien se deja influenciar por el  miedo sienta al mismo tiempo seguridad a manos del sembrador del terror.

Un Síndrome de Estocolmo entre el ciudadano y el político, gracias al discurso. Una relación de profunda dependencia, en la cual el pueblo cede un poco de eso que llama “soberanía” para unir voluntades en contra del enemigo fabricado, que para el gobierno de Trump es todo aquel que no sea blanco y no hable inglés.

Pero dentro del caos que pueda percibirse como resultado de las declaraciones del presidente, hay una estructura dirigida hacia lo que el filósofo del Siglo XVI, Nicolás Maquiavelo, expresó en su obra máxima, El príncipe: mantener el poder político a toda costa.

Reconocido como uno de los clásicos de la estrategia en el gobierno, el tratado fue escrito para ayudar con la unificación de Italia por medio de la práctica política.

Trump nunca ha confesado  ser lector de Maquiavelo, pero su manera de maniobrar con la psiquis colectiva sugiere que está al día con la filosofía del florentino, quien es autor de al menos dos frases célebres sobre la utilización del miedo en favor del gobernante.

La primera disyuntiva que enfrenta Trump es entre el amor a “nuestros valores” y “el miedo al cambio”. Sobre esto, afirmó el filósofo italiano:

“Los hombres se conducen principalmente por dos impulsos; o por amor o por miedo”.

Más que una madeja de trucos publicitarios para acaparar la atención pública, la operación comunicacional del ejecutivo neoyorquino está cuidadosamente diseñada para dominar el ciclo de noticias como un reloj suizo. Y como ha sido desde el principio, su mensaje es simple: nosotros contra ellos.

“Nosotros”, lo cotidiano versus “ellos”, lo incomprendido. Nosotros y nuestras circunstancias versus ellos y sus complicaciones. Nosotros, los sedentarios dueños de este territorio versus ellos, la  caravana de invasores.

Desde que lanzó su campaña presidencial, las declaraciones de Donald Trump han sido dirigidas a caracterizar –y caricaturizar– a los hispanos como los malos de la película. Y tanto golpeó la gota hasta que agujeró la piedra.

Cero propuestas, cien por ciento manipulaciones; desde sugerir que la nación estadounidense se hallaba en estado tétrico para justificar su Make America Great Again, hasta crear su propio microcosmos, en donde todo señalamiento que intente frenar la difusión del miedo será catalogado como fake news, pues como sentenció Maquiavelo:

“Dado que el amor y el miedo difícilmente pueden existir juntos, si debemos elegir entre ellos, es mucho más seguro ser temido que amado”.

A diferencia del príncipe de antaño, el príncipe del Siglo XXI –armado con el constante desarrollo tecnológico– no necesariamente tiene la obligación de contraponer el miedo al amor, sino segmentar las emociones de acuerdo a la demografía que se busca impactar.

¿El amor? En el pueblo, pues a cambio de sentirse amado y protegido, te confiarán su bien más preciado: el voto.

¿El odio? En el adversario, pues sin amor a lo propio no puede existir el odio a lo externo.

El amor a los Estados Unidos de América y el odio a lo que llegue a través de la frontera, así como a quienes los defiendan.

Y como hombre de negocio, luego  de hacer el correspondiente análisis costo/beneficio de la inversión entre las emociones amor/odio, Trump procede a criminalizar a los miembros de la caravana, sabiendo que sin importar cuán aberrantes sean sus declaraciones –como sugerir que se han identificado integrantes de grupos del Oriente Medio dentro de los marchantes– se creará un clima de inestabilidad que sirve de caldo de cultivo para el miedo y la desesperación.

El miedo y la desesperación se unen para conformar el odio. Y una vez se siembra odio, se cosecha autoritarismo; el cheque el blanco para  que el estado actúe como entienda necesario para defender al pueblo.

Y un pueblo que se siente defendido es un pueblo que se siente agradecido. Así que truene, llueve o ventee, se movilizará hacia la urna para dar ratificar su voto de confianza. De esta manera se consolida el argumento de que la raíz de todo mal son los inmigrantes, que cada vez son menos debido a que se van quedando a lo largo de la odisea.

Resta por verse si la estrategia de Donald Trump de declarar la guerra a la caravana dará resultados en las elecciones intermedias del 6 de noviembre. Lo que ha quedado claro es su destreza para usar el miedo como método de manipulación, al punto que nada se discute en los medios sobre la investigación de los vínculos de su  campaña con Rusia, ni de la guerra tarifaria con China que podría tener un impacto sin precedentes sobre la economía estadounidense.

Mientras, el Partido Demócrata –de nuevo llegando tarde al baile– se queda atónito viendo cómo Trump nuevamente les arrebata la atención mediática y la fuerza política con una controversia hecha a su medida. Si protestan demasiado, se exponen a señalamientos de alta traición y de cobardes que permiten la entrada de desconocidos a diestra  y siniestra. Si permanecen callados, su base les reclamará por la inacción, y los indecisos y escépticos elegirán al elefante sobre el burro.

Porque de cara a unas elecciones tan importantes la verdadera amenaza no es la que se ve, sino la que se fabrica. Bien se le aconsejó al príncipe:

“Todos ven lo que pareces ser, pero pocos saben lo que eres; y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría, que se escuda detrás de la majestad del Estado”.