Pitágoras en la Casa Blanca: La triangulación política
“Ni soy de aquí, ni soy de allá”, cantaba Facundo Cabral. Jamás imaginó el cantautor argentino que, cuatro años después de lanzar una de sus producciones discográficas de mayor renombre, el presidente Bill Clinton pondría en práctica lo que él filosofaba.
El origen de la triangulación política se le acredita a la derrota que tuvo el Partido Demócrata en las elecciones legislativas de 1994. Asimilando el debilitamiento de su partido como institución ante el Contrato con América de Newt Gingrich y el Partido Republicano, Bill Clinton contactó a Morris para delinear el plan que lograra controlar la fiebre conservadora que contagiaba a los Estados Unidos.
Despreciado por el equipo de trabajo del presidente, Morris tuvo que ocultar su identidad bajo el seudónimo “Charlie”, en honor a su estratega (republicano) preferido, Charlie Black.
El entonces “consultor fantasma” entendía que la mejor estrategia consistía en posicionar a Clinton aparte de los republicanos, pero también, de los demócratas. Luego de una serie de encuestas, elegirían las propuestas más populares de cada partido y se presentarían como parte de la política pública del Presidente. Pero de todas las iniciativas, la que revolcó el avispero en la Casa Blanca y en la base demócrata, fue la presentación de un “presupuesto balanceado” y “el fin de la era del gobierno grande”, conceptos que históricamente definieron la fibra moral del Partido Republicano.
Según Morris, la triangulación se define como “Probar que eres mejor en el tema del adversario. Resolver el problema del adversario”.
Pero, más que la definición coloquial que le da su creador, se trata de una estrategia con más profundidad.
El reconocido etimologista, William Safire, la definió como “la estrategia política de trazar un curso intermedio entre las posiciones partidistas tradicionales mediante la adopción o cooptación de elementos de la política pública de la oposición”.
En otras palabras, es un método de apropiarse de los extremos del discurso político –representados por los vértices laterales del triángulo– hacia el vértice superior, ya que, según se vaya creando el argumento centrista, debería elevarse sobre las posturas ideológicas.
Implicaciones de la triangulación en el discurso político
Existen voces disidentes en torno al objetivo que la estrategia persigue. ¿Acaso de trata de un flip-flopping disimulado? ¿Es una manera de rehuir a la temida asunción de postura en el debate político? ¿Cuán útil es para los partidos políticos de acuerdo con su línea ideológica?
La respuesta dependerá del encuestado; del lado republicano, se podrá identificar fácilmente el desprecio por sugerir tal ofensa (aunque Donald Trump la haya utilizado). Mientras, al otro lado del pasillo, los demócratas lo ven como un asunto agridulce: se les hace imposible negar su utilidad –debido a la efectividad que tuvo con Bill Clinton– pero dado a su tradición de mantener la corrección política, no admitirán ser sus padres putativos.
Sin embargo, la práctica del Partido Demócrata dista mucho de su retórica evasiva. ¿Acaso no terminó Obama haciendo eco del reclamo del Partido Republicano para reducir el déficit? ¿Qué otro término podría utilizarse para las continuas transformaciones discursivas que le permitieron la aprobación del Obamacare?
Y el GOP no se queda atrás. Como el propio Morris afirmó, la propuesta de Trump para una reforma contributiva constituye “un asalto fundamental a la relación del Partido Demócrata con la clase media”.
Llámesele “pragmatismo” u “oportunismo”, la triangulación ha probado ser beneficiosa para adelantar agendas y el posicionamiento efectivo de candidatos. Quizás esta estrategia encuentre resistencia en el consultor político purista, pero hay un hecho innegable: la triangulación funciona.
De hecho, el panorama dentro del Partido Demócrata –al menos una de sus facciones–parece regresar a la postura centrista de los años 90. Por una lado, podemos ver cómo el ex vicepresidente Joseph “Joe” Biden está explorando una posible aspiración presidencial para 2020. Actualmente, el archienemigo de Trump se encuentra haciendo campaña activamente en estados clave para las primarias presidenciales, como Iowa y Carolina del Sur. Biden es una persona muy amigable, pero su reaparición en las contiendas legislativas responde claramente a su necesidad de construir su propia red de apoyo dentro de un Partido Demócrata en constante cambio.
Miembro honorario del Club Obama, Biden jurará lealtad al vacío del centro y a la vieja escuela. Queda por verse, primero que todo, si las encuestas continúan favoreciéndole una vez los demás aspirantes oficialicen su candidatura. Además, Joe tendría que evaluar si todavía ejerce alguna influencia sobre un electorado demócrata cada vez más liberal.
Pero Biden no es el único corriendo por el carril del centro. Desde su mansión en Nueva York, Michael Bloomberg observa el tráfico, vigilando los $80 millones de dólares que invirtió en las elecciones legislativas de 2018 para remover a los republicanos del Congreso.
Sí, Bloomberg lleva más de una década zigzagueando con la posibilidad de entrarle a la contienda presidencial. No sabemos si finalmente se atreverá, pero sí es un hecho que lo está considerando seriamente. Fuentes allegadas al ex alcalde de la ciudad de los rascacielos han confirmado que si decidiese correr, lo haría como demócrata. Ya que sus posturas oscilan entre el centro y la derecha, la llegada de “Mike” a la carrera, junto con el ex Procurador General bajo Obama, Eric H. Holder, completaría la base del triángulo, con Kamala Harris, Elizabeth Warren, Bernie Sanders y Cory Booker a lo largo del centro y la izquierda.
A favor o en contra de este tipo de estrategia, la realidad es que mientras los ciclos electorales traigan al ruedo candidatos con posturas radicales que les coloquen en lados opuestos del espectro, existirá la posibilidad de que surja una tercera vía que armonice los extremos en el debate a través del filtro triangular.