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Elotes & Diet Coke: Semejanzas discursivas entre AMLO y Donald Trump

Elotes & Diet Coke: Semejanzas discursivas entre AMLO y Donald Trump

El 1ro de julio de 2018, Donald Trump sumó a su lista de adversarios internacionales al  mexicano Andrés Manuel López Obrador, conocido como “AMLO”.

El futuro presidente mexicano dejó claro desde el comienzo de su campaña como candidato que le haría frente  a la política migratoria del presidente estadounidense, y que, contrario al saliente Peña Nieto, se jugó la carta, como demostró en la misiva que envió a Trump. El comunicado, además de reflejar sus posturas en relación con los retos de la migración, expone la visión de AMLO sobre la relación entre ambos países, quienes junto a Canadá, componen el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), una ficha clave en  el desarrollo económico que vislumbra el tabasqueño.

Como alguien proveniente de un entorno humilde y con influencia indígena, una vez López Obrador fue declarado ganador, muchos pensaron que había “casado la pelea”. Sin embargo, estos dos presidentes, desde su lectura particular del mundo político, convergen  en  más puntos de los que supondríamos.

Trump, el magnate que reventó la maquinaria.

Acostumbrado al spotlight, el multimillonario de los Bienes Raíces demostró un dominio magistral de los medios de comunicación desde su campaña para las primarias republicanas. Sin disimulo, atacó fervientemente a candidatos que sonaban como promesas para la facción conservadora del llamado Grand Old Party. Su línea de ataque fue frontal e inmisericorde, evidenciado por su tendencia a apodar a sus rivales, como hizo con Marco Rubio al bautizarlo como “El Pequeño Marco” y a Jeb Bush como “Jeb el Aburrido”. Esta táctica de proyectar un “Todos los candidatos vs Trump” automáticamente le separó del rebaño conservador, otorgándole una ventaja que nunca dio señales de reducirse.

Mediante  un discurso sorprendentemente rústico –pero igualmente efectivo– Trump logró dos objetivos que le pusieron la nominación en bandeja  de oro:

1.    Distinguirse de los demás candidatos republicanos, creando una especie de partido paralelo que giraba en torno a su imagen.

2.    Despertar el gigante electoral dormido que representa la población (predominantemente blanca) trabajadora de la zona rural en los Estados Unidos.

Con una consigna esencialmente pirateada de la campaña presidencial de Ronald Reagan –quien se considera el epítome del Partido Republicano– Make America Great Again, Trump tiró el libreto del político correcto por la ventana. El supuestamente conservador emergente creó su propia versión del candidato presidencial, basada en un populismo conservador que oscilaba entre propuestas de segregación étnico-racial y el nacionalismo económico.

Y la competencia no pudo contra él. La maquinaria del Partido Republicano quedó destruida luego de que Trump aplicara su ingeniería inversa que, a diferencia de Bernie Sanders en el Partido Demócrata, le pavimentó el camino hacia la cima.

“La tercera es la vencida”.

Este fue el caso del recién electo presidente de México. Tras haber sufrido dos derrotas en los comicios presidenciales de 2006 y 2012, “El Peje” ha procurado mantenerse en el ojo público mediante varias iniciativas altamente cuestionadas, como por ejemplo, cuando se proclamó como “Presidente legítimo” luego de su  derrota ante Felipe Calderón.

El también politólogo no es ajeno a la controversia. Reconociendo que sus posturas de izquierda le hacen una de las figuras más polarizantes de la política mexicana en las últimas décadas, López Obrador logró capitalizar su influencia sobre una ciudadanía hastiada de la corrupción y el narcotráfico que los partidos del centro y la derecha no supieron atajar. 

No se podía esperar menos de quien desde sus inicios en la contienda política se autoproclamó el defensor de la pulcritud en los procesos electorales. Recordemos que, tanto en las elecciones de 2006, como en las de 2012, López Obrador realizó unas giras mediáticas dedicadas estrictamente a denunciar la corrupción en el aparato electoral de México.

Pero la corrupción que pretende combatir no se limita a las elecciones, sino que se extiende hasta la administración pública. Después de advertir en un debate  que “estos que presentan como los grandes delincuentes son niños de pecho en comparación con los políticos corruptos del país”, ya se puede ir trazando la ruta que tomará la retórica de AMLO.

Favorecido con el 53 % de los votos bajo la coalición Juntos Haremos Historia –en  particular con el partido Movimiento Regeneración Nacional (MORENA)– el  próximo residente de Los Pinos ofreció el 2 de julio de 2018, su discurso desde el Zócalo, nombre con el que comúnmente se le conoce a la Plaza de la Constitución, en la Ciudad de México.

 

De espaldas a una pantalla que leía “GRACIAS MÉXICO, NO LES VOY A FALLAR”,  el nuevo celebrity de la izquierda mexicana expuso su filosofía  de gobierno en un discurso de aproximadamente 15 minutos, exponiendo los paralelismos con Trump.

¿Podrán coexistir los vecinos?

Durante su pronunciamiento, en donde mejor se puede apreciar la estrategia política de López Obrador a nivel macro es en la siguiente frase:

“El mexicano va a poder trabajar y ser feliz donde nació, donde están sus familiares, sus costumbres, sus culturas”.

En esta declaración –que fue  ratificada en la carta enviada  a Trump– AMLO sentó las bases para lo que llamo su “ofensiva de defensa”, que consiste de una neutralización del discurso Trumpista mediante la defensa de los valores y la  idiosincrasia mexicana, lo cual compara sustancialmente con la ofensiva económica de los Estados Unidos a través de la defensa de su producción local.

De manera que, así como Donald Trump logró apelar exitosamente al sentido cultural anglosajón del estadounidense, López Obrador busca aprovechar el descontento en la ciudadanía para reforzar lo que él llama la “fuerza cultural” del país. ¿Cómo pretende el politólogo enfrentarse al empresario? Entrando en su propio juego.

Recientemente, Trump anunció un rescate financiero de miles de millones de dólares al sector agrícola. Como consecuencia directa  de su política arancelaria, el ahora presidente vio que el sector que tanto le ayudó a llegar al trono, era el que precisamente se veía afectado por los efectos secundarios de las tensiones comerciales. Mientras, su contraparte de Centroamérica igualmente apuesta a promover la producción local como motor económico. Incluso, al igual que Trump, AMLO ya propuso extender su mano a los campesinos, proponiendo hacerles partícipes de lo que serán empresas público privadas.

Y es que, a pesar del marcado contraste en sus trasfondos culturales, socioeconómicos y profesionales, ambos han entendido –desde muy  temprano en sus aspiraciones políticas– que  las ideologías, al igual que las economías, son cíclicas.

La desgracia entre los gobiernos vecinos radica en que el cambio ideológico se dio a la inversa: Estados Unidos, cansado de las posturas “liberales” de Obama, vio en Trump una alternativa de una política más aislacionista que podría redundar en beneficios para el Made in America; y en México, López Obrador representó el némesis de la administración de Peña Nieto, que además de errático, con sus políticas de centro-derecha rezagó al ciudadano con una gobernanza de puertas cerradas y demasiado tímida con el narcotráfico y la corrupción.

Sin embargo, tan profundas son sus diferencias ideológicas como sus semejanzas en cuanto a la hoja de ruta que utilizarán para adelantar sus agendas. ¿La ficha del tranque? El TLCAN. Ambos líderes reconocen la importancia que el tratado representa, no solo para su respectivo desarrollo económico, sino que también constituye la piedra angular sobre la cual se puede construir cualquier iniciativa para frenar la emigración hacia el Norte. No es secreto que en la medida en que la economía mexicana despunte y la criminalidad se reduzca, mayor será la posibilidad de que su gente permanezca en su patria para abonar a su desarrollo.

Que conste, no estoy afirmando que las fricciones entre México y Estados Unidos desaparecerán milagrosamente. Todo lo contrario. Como parte del performance político, tanto AMLO como Trump se mantendrán anclados a sus alter egos para mantener la polarización. No obstante, las tensiones se irán relajando en tanto la testarudez en el discurso de éstos se traduzca en promesas de campaña cumplidas.

En fin, debemos creer en las palabras del propio López Obrador cuando desde el Zócalo aseguró que ¡“No va a haber divorcio”!

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