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The 8 Mile Strategy: La confesión preventiva en la política

The 8 Mile Strategy: La confesión preventiva en la política

La política es un campo en el que la verdad suele ser líquida; se ajusta según el envase en el que se deposite. No podemos hacer más que analizarla y encajonarla en facts o fake news, según el filtro de cada quien.

Como espectadores en el coliseo, queremos ver sangre, o lo que es su equivalente, los desaciertos, los errores y todo lo negativo de aquellos que compiten por nuestro voto.

Nos alegramos cada vez que se filtra alguna relación extramarital, un arresto, una acusación, o simplemente una declaración contradictoria que baje a los dioses políticos al  plano terrenal del resto de la sociedad. Te guste o no, sabes que te has regocijado en la vergüenza de algún político que no toleras. Es una droga  que los medios de comunicación suplen desde sus orígenes.

Pero como toda droga, que una vez pierde su elemento de fascinación es removida del mercado, el morbo de conocer la mínima intimidad de los políticos puede ser neutralizado, y hasta curado.

¿El antídoto? La confesión preventiva. Golpearte antes de que te el adversario te golpee.

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Tan básico que raya en lo ridículo, pero tan efectivo que no explica porqué las campañas no lo ponen en práctica.

Asumir la responsabilidad –no la culpa– y enfrentar las consecuencias, no sin antes haber considerado todos los escenarios posibles para ejecutar una estrategia informada.

Y la mejor dramatización la brinda Hollywood.

A menos de que hayas vivido debajo de una piedra durante los últimos 20 años, debes saber quién es Eminem, uno de los mejores raperos de todos los tiempos. Tan famoso que hizo una película basada (parcialmente) en su trayectoria hacia la fama, titulada The 8 Mile. En resumen, se trata de su ascenso como rapero en la escena underground de Detroit.

Ni se acerca a ser una joya cinematográfica, pero la escena final es un ejemplo perfecto de cómo la auto consciencia paga dividendos. Subiendo a la tarima para la última batalla, el personaje principal, B-Rabbit, se percata de que su rival, Papa Doc, le sacará en cara cada uno de los aspectos negativos en su vida: su pobreza, que aún vive con su madre, sus fracasos amorosos, y  el hecho de que es un hombre blanco tratando de sobresalir en una subcultura creada por los negros.

¿Cómo logra ganar? Exponiendo él mismo sus circunstancias. Golpeándose primero.

Las caras lo dicen todo. Papa Doc creía tener la ventaja y terminó con las manos vacías. No solo perdió; quedó humillado ante su incapacidad de ir en la defensiva. B-Rabbit quedó sorprendido por la efectividad que tuvo su impulso de exponer sus debilidades. Lo que demuestra este caso es que una vez admites tus debilidades, tienes campo abierto para ir en la ofensiva.

Hay ocasiones en que la política imita el arte. Este no es el caso.

Décadas antes de que estrenara The 8 Mile, una de las dinastías más famosas en la historia se vio obligada a emplear este tipo de estrategia.

Para  el 1969, el entonces senador por el estado de Massachusetts, Ted Kennedy, protagonizó un accidente –que al igual que  la vida de Eminem, fue digno de un filme– en  el que una joven murió ahogada en la isla de Chappaquiddick.

Además de todo lo que conlleva cargar con el apellido Kennedy, Ted tenía una elección a la vuelta de la esquina. El llamado “León del Senado” tenía que actuar. Y rápido.

Haya sido por asesoramiento o por reacción instintiva al verse acorralado por la situación, Kennedy apostó por la sinceridad.

Durante poco más de diez minutos, el candidato a la reelección ofreció un discurso con su versión de lo sucedido durante aquella trágica noche.

Inauténtico, y con el arrepentimiento de un niño que pide perdón por haberse robado el chocolate que quería hace una semana, el tieso candidato expuso su apología.

Al no contar con la destreza de Eminem frente a las cámaras, la fortaleza del demócrata no estaba en sus gestos, sino en el contenido del mensaje que le costaba pronunciar sin leer el libreto. Pero como en las películas que luego de matarte de aburrimiento hacen justicia con la última escena, el final del mensaje de Ted Kennedy fue un buen intento de remediar su alegada complicidad en la muerte de Mary Jo Kopechne. 

“La gente de este estado, el estado que envió a John Quincy Adams, Daniel Webster, Charles Sumner, Henry Cabot Lodge, y a John Kennedy al Senado de los Estados Unidos, tienen derecho a ser representados en ese cuerpo por hombres que inspiren su máxima confianza. Por esta razón, entendería perfectamente porqué algunos podrían pensar que es correcto que renuncie. Para mí, esta será una decisión difícil de tomar.

Han pasado siete años desde mi primera elección al Senado. Tú y yo compartimos muchos recuerdos, algunos de ellos han sido gloriosos, otros muy tristes. La oportunidad de trabajar con ustedes y servir a Massachusetts ha hecho que mi vida valga la pena.

Y así les pido a ustedes, esta noche, a la gente de Massachusetts, que piensen en esto conmigo. Al enfrentar esta decisión, busco tu consejo y opinión. Al hacerlo, busco tus oraciones, porque esta es una decisión que finalmente tendré que tomar por mi cuenta.

(…)

Rezo para que pueda tener la valentía de tomar la decisión correcta. Sea lo que sea lo que se decida, lo que el futuro me depare, espero poder tener que dejar atrás esta tragedia más reciente y hacer una contribución adicional a nuestro estado y a la humanidad, ya sea en la vida pública o privada”.

El mensaje televisado entró en los votantes como cuchillo caliente cortando mantequilla, y en noviembre de 1970, Ted Kennedy se impuso cómodamente ante el republicano Josiah Spaulding, con el 62 % de los votos.

A pesar de que su ambición de convertirse en presidente se vio tronchada por el incidente de Chappaquiddick –aparte de su gaffe cuando le preguntaron por qué quería ser presidente– confesar su falla de carácter le aseguró una victoria a corto plazo. Previo a que los republicanos pudiesen sacar los trapos sucios al aire, Ted señaló sus propias faltas. Como resultado, pudo convertir la imagen de criminal –que para entonces se le quería adjudicar– en una de hombre de estado asumiendo las consecuencias de sus actos, y sometiéndose al escrutinio del electorado.

Por supuesto, no es 1970, ni los políticos disfrutan de la fe ciega que  tenían los electores de la época. Sin embargo, sigo creyendo que “la honestidad es la mejor política”, no solo por entretener mi lado idealista; también por su valor práctico de neutralizar de antemano cualquier ataque.

Como toda actividad humana, la política es naturalmente imperfecta, por lo que el error será un asunto recurrente en toda campaña y administración de gobierno. Dependerá del político –y de sus asesores– si andan por el camino tortuoso, pero certero, de la confesión preventiva, o si deciden pavimentarlo con mentiras y/o medias verdades que seguramente harán más difícil el proceso de rehabilitar la imagen y el carácter.

¿Crees que la vulnerabilidad que viene con las crisis pueden transformarse en fortalezas cuando el político decide adelantarse al adversario y confesar sus errores? ¿O entiendes que la negación sigue siendo la mejor opción?

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