Gimme the Power: Lo que AMLO puede aprender de la banda Molotov
Todavía hay confusión en cuanto a si la canción “No deje que El Peje lo apendeje”, de la banda Molotov, iba dirigida en protesta a la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, o si se el título de la canción era una crítica a su adversario, Roberto Campa, por usarlo como frase durante su campaña.
Me voy por la segunda. López Obrador, mejor conocido como “AMLO”, recibió el apodo “El Peje”, en referencia al pez (pejelagarto narigudo) que abunda en su estado natal de Tabasco, y en lugar de distanciarse de la comparación con el animal de agua dulce, se adueñó del mismo.
Su actitud desafiante hacia las estructuras de poder me hace pensar que una agrupación que sorprendió a la industria musical con su naturaleza irreverente, no tendría problema con un candidato decidido a agarrar el toro por los cuernos.
Con una trayectoria admirable, la mejor manera de explicar el estilo de Molotov es un cruce entre la música de los Beastie Boys y los Red Hot Chili Peppers, con un poco de la filosofía de Rage Against the Machine. Enfatizo en el “poco”, ya que, a pesar de su letra anti-establishment, la agrupación nunca ha querido asociarse con algún movimiento político.
Al menos eso parecía, hasta que durante una entrevista durante los comicios de 2012, al “Tito” se le chispoteó…
Por supuesto, la opinión de un integrante no representa la de la banda, pero desde ese momento comencé a escuchar las canciones de Molotov con más atención, tratando de enseriar el análisis de canciones como “Hit Me”, “Voto latino”, y obviamente, el clásico “Gimme the Power”, una oda a la problemática del gobierno mexicano.
Aunque para entonces consideraba a López Obrador como el abuelo loco que pelea contra su sombra en medio de la avenida, pude ver cómo sus denuncias iban tomando sentido, y captando la atención de los ciudadanos. Como el bizco tratando de pasar el hilo por el agujero de una aguja, tuvo que armarse de paciencia. Pero poco a poco sus reclamos de un gobierno que no responda a los llamados “grandes intereses” le hicieron ganar terreno.
Gracias a la corrupción, la falta de seguridad, y las infinitas metidas de pata de Enrique Peña Nieto, AMLO se convirtió en el presidente de México.
Como soy parte de quienes se bebieron el Kool-Aid del cambio que representaba el cambio de López Obrador, leía sus declaraciones, escuchaba sus discursos, y admiraba el poder de convocatoria que desarrolló con su Morena. Por alguna razón me parecía haberle escuchado antes. No en su rol de eterno candidato, sino en otro ambiente.
Estaba equivocado.
No era que había escuchado al Peje gritar “¡Viva México, cab^@%ƺ$!”,ni diciéndole “Mátate Teté” a Ricardo Analla. Era que iba relacionando la grosería sublime de Molotov y la retórica del nuevo icono populista.
El 1 de diciembre de 2018, AMLO consolidó su estrellato cuando ofreció su discurso de toma de posesión.
Suponía que el tabasqueño iría buscando controversia, pero creía que, por lo menos, guardaría una mínima apariencia de prudencia o diplomacia.
Nada que ver. Apenas pasados los primeros tres minutos y el regente de los mexicanos por los próximos seis años advirtió que con él no solo inicia un nuevo gobierno, sino que comenzaría un cambio de régimen político.
¡Régimen!
Provocador por vocación, AMLO sabe muy bien que el término “régimen” ha cobrado una connotación peyorativa, asociándosele con gobiernos autoritarios señalados –para bien o para mal –por violaciones a los derechos humanos. El uso de esta palabra fue de manera estratégica para recordarle a los mexicanos las décadas en la que se vivieron masacres –aún sin resolverse– durante el gobierno del PRI, particularmente la de los 43 de Ayotzinapa.
De ahí, como si se estuviera bajando un tequila de desayuno, López Obrador abrió fuego contra sus objetivos durante su sexenio: el neoliberalismo y la corrupción.
Ninguna de las dos acusaciones sorprende.
En cuanto al modelo económico neoliberal, afirmó
“Lo digo con realismo y sin prejuicio ideológico: la política económica neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública del país”.
Y ese fue el grito de venganza del Peje contra el paradigma económico que se desarrolló bajo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) entre los Estados Unidos, México y Canadá, el cual ante los ojos de López Obrador es responsable del modelo que redistribuyó la riqueza en detrimento de la fuerza trabajadora mexicana, así como del surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). De manera que no es sorpresa el reproche de AMLO a la estructura económica bajo la cual ha gobernado el centro y la derecha por los últimos 25 años.
Pero la economía es solo una parte de la ecuación. Considerando que “el distintivo del neoliberalismo es la corrupción”, el recién estrenado presidente dejó ver su lógica de populismo 101:
“El combate a la corrupción y la austeridad nos permitirá liberar suficientes fondos, más de lo que imaginamos, mucho más, para impulsar el desarrollo de México. Con esta fórmula sencilla de acabar con la corrupción y de llevar a la práctica la austeridad republicana, no habrá necesidad de incrementar impuestos en términos reales, y ese es un compromiso que estoy haciendo (…)”.
Cómodo, sencillo. Como bajarse otro tequilita de almuerzo, vamos a terminar con los dos aspectos más endémicos de la sociedad mexicana con la propuesta más simplona que se me pueda ocurrir.
Sé que López Obrador habla en serio cuando dice cosas como esas, pero es precisamente cuando afirma estas soluciones mágicas que recuerdo la irreverencia que comparte con Molotov. Esa retórica que procura alterar el status quo con cada gesto, cada palabra, y cada oración.
Donde no hay espacio para chiste –ni para AMLO ni para Molotov– es en el debate sobre las tensiones entre México y Estados Unidos acerca de la política migratoria. En honor a la verdad, Molotov ha estado más a la vanguardia que López Obrador.
Antes de que fuese uno de los temas con mayor cobertura mediática, Molotov se las cantaba como las veía a George W. Bush con el tema “Frijolero”.
La canción representaba el viacrucis que atravesaban los mexicanos que apostaban a una mejor vida al otro lado de la frontera. Se apropiaron de insultos como beaner y wetback para balancearlos con el ofensivo arrastre de la “r” que tanto ofende a los “gringos”. Fue su denuncia más contundente contra el gobierno estadounidense que hiciera cualquier agrupación musical latina en el momento, tanto del conflicto migratorio como de la llamada “Guerra contra las drogas”.
“Aunque nos hagan la fama de que somos vendedores, de la droga que sembramos ustedes con son consumidores”.
Pero los reclamos se congelaron por los 8 años de Barack Obama, probablemente con la simpatía que sentía el presidente número 44 con los inmigrantes, estableciendo políticas como la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés).
La llegada de Trump rompió con el voto de silencio de los monjes molochos.
Naturalmente, la indignación que generó el enfoque punitivo hacia el inmigrante y la campaña de descrédito contra los mexicanos, provocó que la banda compusiera la segunda parte de “Frijolero”, titulada “Dreamers”, en honor a los jóvenes deportados como consecuencia de la terminación de DACA.
Curiosamente, quizás por la mesura que exige la presidencia, AMLO se vio más reservado durante su discurso a la hora de exponer su propuesta para frenar la fuga de compatriotas hacia el Norte.
“Vamos a impulsar proyectos productivos con inversión pública y privada, nacional y extranjera. Estos proyectos se crearán como cortinas de desarrollo de sur a norte del país, para retener a los mexicanos en sus lugares de origen. Queremos que la migración sea optativa, no obligatoria. Vamos a lograr que los mexicanos tengan trabajo, prosperen y sean felices donde nacieron, donde están sus familiares, sus costumbres y sus culturas”.
Ya. Esa fue su declaración acerca de cómo atenderla problemática migratoria. Quien esperaba el AMLO en modalidad de candidato, así se quedó, esperando. Durante los próximos meses habrá que observar si se intensifica la posición del gobierno mexicano, o si el Peje , como lo predijo Molotov desde los comicios de 2012, nos apendejó.
La banda nunca se ha expresado a favor de la izquierda, ni AMLO ha dicho ser molocho, pero tanto el presidente como el cuarteto –desde sus respectivas trincheras– llevan el mismo mensaje: me importa poco lo que piensen, yo vine a lo que vine.
El político se dedicará al aniquilamiento de todo rastro priista, nacionalizando a todo dar e implementando una versión mexicana del Estado benefactor, particularmente al campesinado y a los indígenas. Molotov seguirá invitando a la reflexión mediante la profanación de lo que en el momento se considere sagrado. Y así, los incomprendidos continuarán maniobrando con el lenguaje para romper con el patrón de lo que las instituciones de poder social político y cultural denominan como “lo correcto”.