Aloha, (Vice?) Presidency: Tulsi Gabbard 2020
Si Bernie Sanders fuese el Profesor X de la nueva izquierda demócrata, Tulsi Gabbard sería Titania, no solo por el mechón blanco en su cabellera, sino porque ejemplifica el significado de la frase going rogue.
La surfista/hindú/vegetariana anunció su candidatura el 2 de febrero de 2019, de espaldas a un fondo paradisíaco en el estado de Hawái, uniéndose al nutrido grupo de candidatos que aspira a la nominación para retar a Donald Trump, convirtiéndose en una de las candidatas más jóvenes en la primaria.
Pero no te dejes engañar por su edad. Posee una trayectoria que no tiene nada que envidiarle a los políticos más experimentados: a los 21 años fue electa para la Cámara de Representantes de Hawái; perteneció a la legislatura de la ciudad de Honolulu; y desde 2013, es la representante por el 42do distrito congresional, ganando con amplios márgenes.
A pesar de que es considerada una de las figuras políticas más progresistas, el compás ideológico de Tulsi ha dado más vueltas que un trompo: inició su carrera política con tendencias conservadoras anti-aborto y anti LGBTQ, pero en enero de 2017, visitó a uno de los principales enemigos del gobierno estadounidense, el presidente de Siria, Bashar al-Assad. Es miembro de las fuerzas armadas, pero no cree en la intervención de los Estados Unidos en conflictos internacionales.
Después de todo, la gente tiene derecho a cambiar, así que vamos a darle el beneficio de la duda. Si Bernie Sanders confió en ella, es porque debe ser una izquierdista bona fide. De hecho, fue gracias a Bernie que logró exposición a nivel nacional.
Cuando en las primarias de 2016 apoyar a Sanders equivalía a contagiarte con la peste bubónica en el Siglo XIV, Gabbard denunció a la entonces presidenta del Comité Nacional Demócrata (DNC), Debbie Wasserman Schultz, por favorecer a Hillary Clinton. También fue la primera congresista en endosar a Sanders, lo cual hizo que renunciara como vicepresidenta de la DNC.
Pero el codazo de la alta jerarquía demócrata no la desalentó; en la Convención Demócrata de 2016, con la rivalidad interna en su punto de ebullición, nominó a Sanders para la presidencia.
La congresista desconocida parecía una estrella en ascenso.
Como le sucedió a todo político en el Partido Demócrata luego de la victoria de Donald Trump, Gabbard se mantuvo en la sombra, tanteando la posibilidad de aspirar en 2020 o en 2024. Ante la falta de liderato –y el silencio de los favoritos, Bernie Sanders y Joe Biden– Tulsi decidió dar el salto en el trampolín que le puso el analista demócrata, Van Jones.
Su anuncio “espontáneo” me sorprendió. Lució simpática, segura y llena de energía. Elaboró acerca de la propuesta de Trump para el muro fronterizo y sobre los efectos nocivos del cierre del gobierno federal. Pero su momento más revelador se dio cuando demostró su conocimiento sobre política (y diplomacia) internacional, estableciendo la diferencia entre su apoyo a la lucha contra el terrorismo y su rechazo a las guerras dirigidas a intervenir gobiernos y cambiar regímenes.
En pocas palabras, una gran entrevista, en la cual se proyectó como una candidata con gran potencial.
Su momento cumbre fue cuando Jones le hizo la pregunta clave; esa pregunta que puede catapultar a un político mediocre si la responde adecuadamente, pero mal contestada puede enterrar a la mejor campaña: ¿Por qué aspiras a la presidencia?
Con un temple digno de una futura presidenta, Gabbard narró que, en una de sus misiones en Irak, vio un letrero que leía: “¿Será hoy el día?”, recordándole que cualquier día podría ser su último.
Objetivamente, no parece mucho. Incluso, puede colgarse en el muro de clichés. Pero debidamente contextualizado, es el resumen del ethos en el discurso de la hawaiana.
Sobre todo luego de su errático lanzamiento oficial de campaña.
Desconozco si se debió a los problemas que ha tenido en su equipo de campaña, o si se trató de un caso severo de frío olímpico, pero la Tulsi que cautivó el estudio de CNN sufrió un wipeout de camino a su entrada a la carrera presidencial.
Nada nuevo en la introducción; un tono rígido y el típico semblante de “¿Estaré haciéndolo bien?” que mostraría cualquiera que busque el máximo cargo político a la edad de 37 años.
Bajo la famosa consigna militar service above self, analizó la división que Trump ha causado en el país como consecuencia de su racismo y su egoísmo, y vació el laundry list progresista: Medicare para todos, legalización de la marihuana, posturas en contra de Wall Street, big pharma, y la privatización del sistema penitenciario. Desde un análisis sobrio, realmente no superó las expectativas.
Sin embargo, hubo luz al final del túnel: comenzó a establecer lo que entiendo será el centro de su mensaje durante su campaña: cómo su experiencia en las fuerzas armadas se traduce en un conocimiento que los demás candidatos no tienen acerca de la política internacional y las relaciones diplomáticas.
Piénsalo. Elizabeth Warren, Kamala Harris, Cory Booker, y hasta su Jedi Master, Bernie Sanders, todos se dedican a patinar sobre las preguntas como la postura de los Estados Unidos en el conflicto Israel-Palestina, la posibilidad de intervenir en Siria y Venezuela, y de la guerra tarifaria contra China.
En esos temas, mientras los demás se quedan con la carabina al hombro, Gabbard brilla.
Quizás no tenga los números de Sanders y Biden, pero en un momento en el que los estadounidenses ven el gasto militar como un despilfarro que puede utilizarse mejor en asuntos locales, la filosofía de no intervención de Gabbard puede darle un giro interesante a la discusión en la primaria demócrata, tanto por su debilidad como por su fortaleza.
Debilidad: Es un remix de Bernie Sanders.
Esto no debe sorprender a nadie, ya que Gabbard es discípula –y fuerte aliada– de Sanders.
Basta con trazar una línea desde la primaria de 2016 para rascarse la cabeza y preguntarse por qué Tulsi decidió correr cuando es obvio que Bernie anunciará pronto su segundo intento a la nominación demócrata.
Dicen que la imitación es la forma más sincera de adulación. Y no se equivocan.
Lamentablemente, el fuerte apoyo y la fe ciega que Gabbard tuvo hacia Sanders, se convirtió en su obstáculo principal para esta contienda. Creo que mientras ambos compartan una tarima, la relación maestro-aprendiz será innegable.
Lo mejor para la congresista era esperar hasta que Bernie desapareciera del panorama y convertirse en su versión 2.0.
Pero no todo está perdido para Gabbard, y puede mantenerse destacada entre las tropas socialdemócratas. Su debilidad (y su fortaleza) la pueden colocar como la opción lógica para la candidatura a la vicepresidencia.
Fortaleza: Es un remix de Bernie Sanders
Así es. Su debilidad es su fortaleza, porque, a pesar de que tendrá que vivir con el Síndrome del Pupilo, Gabbard puede traer a la mesa de debate aquellos asuntos radicales que Sanders quiere, pero no debe tocar, si pretende apelar al sector del centro en el Partido Demócrata. ¿A qué tipo de temas me refiero? Pues a todo lo que tiene que ver con asuntos internacionales, que convertirían a Bernie en un candidato radiactivo si mezcla sus posturas socialdemócratas con la política internacional.
No es momento para que Bernie traiga a colación “las virtudes del sistema de salud cubano” ni “el grandioso sistema educativo de Dinamarca” cuando la filosofía America First de Trump sigue presente en la mente de los estadounidenses. No, para eso estará Tulsi Gabbard, haciendo el papel de revolucionaria en los asuntos locales e internacionales, y por consiguiente, suavizando la imagen de Sanders ante el electorado.
El futuro de Gabbard…
¿Dónde queda el futuro político de la ambiciosa joven hawaiana? Dependerá de su dinámica con Bernie Sanders durante la primaria, y claro, si éste logra la nominación.
Si se levantan ronchas luego de la primaria, además de que se le revoque su membresía como “Bernie Sis”, quedará como una candidata fugaz, con el único consuelo de que gracias a su juventud, podrá aspirar nuevamente, sujeto a que se mantenga como congresista y rehabilite su imagen a través de su gestión legislativa.
Por otro lado, si deja ver que sabe jugar en equipo –y que la química de la contienda del 2016 no ha desaparecido– existe la gran posibilidad de que Sanders la elija como compañera de papeleta. Después de todo, no sería algo irracional, sino la clásica movida de conformar una pareja que se complementa perfectamente. Gabbard puede acaparar el voto de las minorías que Sanders nunca pudo arrebatarle a Hillary en 2016.
Además, no olvidemos lo obvio: Tulsi sería la consigliere de Sanders en todo lo concerniente a política internacional.
El término “aloha” es utilizado en Hawái como bienvenida y como despedida. Veremos qué terminará significando para la carrera política de Tulsi Gabbard.
¿Cuál crees que será el “efecto Tulsi” –si alguno– sobre la primaria demócrata de 2020?