Stealing Your Thunder: La infiltración semántica de Pete Buttigieg
Un cristiano, un gay, un veterano de la Marina estadounidense, un Rhodes Scholar y un demócrata. Parecería la lista de participantes en unos Hunger Games organizados por Donald Trump, pero son las características y los logros del candidato más joven en la primaria demócrata: Pete Buttigieg (se pronuncia “boot-edge-edge”).
El prodigio de 37 años se sumó a la larga lista de contendientes por la nominación presidencial con la seguridad que debe esperarse de un overachiever que habla 7 idiomas y a los 29 años se convirtió en alcalde de la ciudad de South Bend, en el estado de Indiana, donde a pesar de haber implementado con éxito varias políticas de desarrollo económico –revalidando con el 80 % del voto– ha provocado reacciones encontradas.
Mientras la mayor parte de los millennials demuestran una clara apatía hacia la política, a sus 37 años, el también conocido como “Mayor Pete” enfrenta un reto demográfico monumental: representar a su generación (predominantemente progresista) sin alienar a la base conservadora del Partido Demócrata.
Hasta ahora no le ha ido nada mal.
Con su Midwestern charm y un esposo que no tiene nada que envidiarle a los influencers más famosos de Instagram, Buttigieg ha disfrutado de una cobertura mediática similar a la que tuvo Obama en 2008, al punto que irrumpió la luna de miel entre la prensa y el hasta entonces querendón de los medios, Beto O’Rourke.
Seríamos ilusos si pensáramos que su homosexualidad no guarda relación con la fama que adquirió en apenas unos meses. Pero tampoco podemos ser injustos con el joven alcalde. Más allá de su preferencia sexual, lo que hace grande a Buttiegieg es la estrategia que ha adoptado para llegar a diversos sectores demográficos.
En la comunicación política se le conoce como “infiltración semántica”: una técnica basada en adaptar el lenguaje del adversario a los valores de quien se infiltra. Es decir, alterar los términos según las circunstancias de la audiencia a la cual se quiere persuadir.
Por ejemplo, desde el anuncio de su campaña, Mayor Pete dejó clara su intención de apropiarse del discurso republicano.
“Los principios que guiarán mi campaña para presidente son lo suficientemente simples como para caber en una pegatina: libertad, seguridad y democracia”.
Estos tres conceptos históricamente han pasado al repertorio conservador, particularmente desde los ataques del 11 de septiembre: la libertad estadounidense debe protegerse mediante la seguridad nacional y la difusión de la democracia a nivel internacional.
Pero las palabras no tienen dueño y el lenguaje puede ser tan estrecho o amplio como la percepción humana lo permita.
Buttigieg decidió romper con el monopolio semántico del Partido Republicano, una palabra a la vez.
“Creo que algunas de estas cosas deben recuperarse de la derecha; porque la libertad, la familia…estas son cosas estadounidenses que a todos nos importan. Y creo que se le han dejado a un partido a expensas del otro”.
Debidamente confesado, el benjamín de los candidatos demócratas se dedica a construir un discurso que proyecte los conceptos conservadores desde una perspectiva progresista, como la “libertad”.
A partir de la época de Ronald Reagan, el Partido Republicano ha sido exitoso en consolidarse como los portavoces de la libertad económica a través del sistema capitalista, teniendo como contraparte el socialismo, equiparado a la escasez de los medios de adquisición y la opresión gubernamental.
Y aunque Buttigieg para nada representa el ideal socialista, hace uso de la infiltración semántica para agujerar la lectura republicana de la “libertad”: el Partido Republicano no puede hablar de libertad –ni social ni económica– si se dedica a colocar obstáculos, como la eliminación de la cubierta médica “socializada” y la prohibición al matrimonio del mismo sexo, para lograr la prosperidad individual y económica que profesan.
Para el alcalde millennial, el concepto de libertad debe traerse a la discusión local, con los asuntos que aquejan a los ciudadanos en su día a día. Algo así como que en lugar de debatir la posibilidad de prohibir las barbas y las burkas para disminuir el miedo al Islam, se analicen las consecuencias económicas de eliminar el American Affordable Care Act.
Pero la misión del infiltrado no es solamente contra los republicanos. Pete también quiere transformar el análisis del Partido Demócrata.
Más allá de lanzar el ataque preventivo contra cualquier señalamiento acerca de su juventud, Buttigieg va construyendo su mensaje contra los demás aspirantes demócratas: el partido no debe centrar su mensaje en atacar a Donald Trump, sino en construir una narrativa que trascienda los ciclos electorales. Esto trae una perspectiva nueva que podría cambiar el tono del debate primarista.
Ya que los pesos pesados como Bernie Sanders, Joe Biden, Elizabeth Warren y Kamala Harris emplean una estrategia de contrastar sus propuestas con las políticas de Trump, sería interesante si Buttigieg logra destacarse atacando el mensaje y no al mensajero.
Es muy temprano para predecir si Pete Buttigieg obtendrá la gloria de Barack Obama o enfrentará el trágico desenlace de Beto O’Rourke. Lo que sí puede afirmarse es que su estrategia discursiva trae algo nuevo a la mesa en un partido que pasó de representar el centro a la polarización ideológica.
Mayor Pete ha demostrado ser un camaleón político, apelando con éxito a una porción considerable de los millennials y a la facción conservadora del Partido Demócrata. Si a esto le añadimos la atracción natural que generará entre la cultura popular de Hollywood, no sería exagerado plantear que Buttigieg podría experimentar un boom durante los próximos meses, que fácilmente lo colocarían en el Top 3 de la primaria demócrata.
¿Le auguras éxito a la estrategia de Buttigieg o crees que es un error entrar en una competencia de palabras contra Donald Trump?