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Post hoc ergo propter hoc: La falacia de que la izquierda demócrata creó a Donald Trump

Post hoc ergo propter hoc: La falacia de que la izquierda demócrata creó a Donald Trump

Además de ser el título del segundo episodio de la serie The West Wing, esta frase que parece un conjuro de Harry Potter es conocida como una falacia. Traducida al español, significa “Después de, por lo tanto, a consecuencia de”.

El argumento lógico sería:

A sucedió antes que B.

Por lo tanto, A  debió haber causado B.

Esta falacia ha sido utilizada durante los últimos años  por un grupo de demócratas que aún sangran por la herida causada desde la primaria de 2016 entre Hlillary Clinton y Bernie Sanders. Fue  la propia Clinton quien, tras la derrota contra Donald Trump, decidió hacer un cash out a su nombre y experiencia como candidata, publicando un libro –titulado “What Happenned”– en el que dedicó varias páginas a echarle la culpa al senador de Vermont, entre otras cosas, por la campaña republicana que la apodó como “Crooked Hillary”.

Aplicando la lógica del centro en el Partido Demócrata, el sector “progresista”, o sea, la izquierda, es el responsable por el ascenso vertiginoso de la  figura de Trump. Algo así:

La izquierda demócrata surgió antes de que Trump ganara las elecciones.

Por lo tanto, la izquierda causó la victoria de Trump.

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Los partidos políticos naturalmente se dividen y debaten sobre sus ideologías, pero el razonamiento con el que los demócratas pretenden justificar sus defectos solo demuestra el intento de huir a su responsabilidad como institución llamada a poner en práctica los  valores que dice representar.

Antes de que me tildes de “conservador” o “republicano”, te lo adelanto: no estoy defendiendo al Partido Republicano. Creo que actualmente atraviesa una de sus peores crisis ideológicas con la llegada de Trump, y que están hasta el cuello decidiendo entre si defienden la filosofía moderada de un gobierno pequeño y la disminución de contribuciones o aceptan que el estilo de Donald será la  nueva norma.

Pero esto es no es acerca de los republicanos. Eso lo discutimos otro día.

Por el momento me  quiero concentrar en dejarte saber cuáles entiendo que fueron las fallas que tuvo el Partido Demócrata, y cómo pueden atenderlas en lugar de señalarse como niños.

1. Intolerancia y aislamiento

Hubert Humphrey sentó las bases para lo que se convertiría en la supremacía del centro y la mano de hierro de la maquinaria demócrata. Para el 1968, las primarias para la candidatura presidencial demócrata no podían estar más  cargadas. Un partido fracturado entre el sector a favor y en contra de la continuación de la guerra de Vietnam; un partido acéfalo luego de que Lyndon B. Johnson anunciara que no correría para la reelección; Robert Kennedy había sido asesinado hace poco más de tres meses; y un vicepresidente (Humphrey) con el carisma de una servilleta. A pesar de la clara oposición del  público en la convención (que gritaba Dump the Hump!), en alusión al rumor de que Humphrey se convirtiera en el caballo de Troya para la nominación.

Entre miles de protestantes y una fuerza militar y policíaca lista para usar su fuerza, la convención del 68 cambió las reglas del juego para el proceso de nominación del Partido Demócrata.

Convención demócrata 1968.jpg

Pero el desastre en torno a Vietnam parecía un episodio de los Teletubbies en comparación con el desastre que ocurrió en el proceso de nominación. A pesar de que el senador Eugene McCarthy gozaba del amplio respaldo de la base demócrata gracias a su oposición a la guerra de Vietnam, y que Humphrey ni siquiera aparecía en la papeleta de la primaria, los líderes del partido nominaron a Humphrey, en contra de la voluntad de la gran mayoría de sus electores.

La decisión de la élite demócrata fue un fracaso. Humphrey fue aplastado por el candidato republicano Richard Nixon, y los demócratas crearon una comisión –llamada la Comisión McGovern Fraser– para analizar el proceso de nominación. Tan sorprendente como la salida del sol, la comisión concluyó que la mejor manera de elegir al candidato presidencial era mediante la voluntad de los electores.

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No sabría decirte si fue cuestión de mala suerte o de voto desinformado, pero los votantes demócratas se fueron con un récord de 0-2: en 1972 eligieron al candidato anti guerra George McGovern (sí, el mismo que dirigió la comisión) perdió vergonzosamente ante Nixon, y en 1976, eligieron a Jimmy  Carter, quien ganó las elecciones por el escándalo de Watergate, y posteriormente fue derrotado ampliamente por Ronald Reagan.

El cuestionable juicio del electorado demócrata para elegir candidatos “ganadores” hizo que la jefatura sonara la alarma. ¿Qué crees hicieron? Formaron otra comisión…la Comisión Hunt.

Con el encargo de cambiarla manera en que se elegía el candidato para la presidencia, el entonces gobernador de Carolina del Norte, James Hunt, creó una figura diseñada para pasarle por encima a  cualquier voluntad de la mayoría.

Esa figura que por poco le roba la nominación a Barack Obama en 2008, y que generó gran controversia durante las primarias Clinton vs Sanders. Me refiero a los superdelegados.

¿Cómo se logra un Partido Demócrata verdaderamente democrático?

Eliminando la figura de los superdelagdos.

Superdelegado.jpg

2. Superdelegados < Movimientos de base (grassroots)

Como mejor puedo definir a un superdelegado es como un elector en esteroides. Son expresidentes, todo el que sea o haya sido miembro del Congreso, gobernador y alcalde, además de unos cuantos power players en el partido. A diferencia del delegado raso, tienen el poder de votar por quien prefieran, sin compromiso alguno con el resultado de las primarias en cada estado.  Este esquema les da a los superdelegados el poder para apoyar a cualquier candidato en caso de que ninguno de los que compiten en la primaria logre obtener la mayoría de los votos necesarios para ser nominado. En resumen, son llaneros solitarios con la capacidad de alterar el resultado de las elecciones presidenciales. ¿Por qué? Porque su voto pesa más que el de los delegados mortales.

Los delegados regulares están representados proporcionalmente de dos maneras:

  • Según la población: los estados con mayor población –y por lo tanto, con más distritos –obtienen más delegados.

  • Según la manera en que se vota: una vez se celebra una primaria o un caucus presidencial, se asigna un número de delegados a cada candidato según  los votos obtenidos.

Tiene sentido, ¿verdad? Más votos = Más representantes.

¿Pero qué sucede cuando un solo voto equivale a decenas de miles de electores? El desastre antidemocrático que irónicamente afecta al Partido Demócrata.

Como norma general, los delegados se comprometen (pledged delegates) a votar por el candidato que eligieron los electores en la primaria o caucus. De manera que se convierten en los representantes directos de un grupo de votantes. Por otro lado, los superdelegados no se consideran como delegados comprometidos (unpledged delegates), de manera que, su voto no responde a ningún elector, a ninguna primaria ni a ningún caucus. Están por encima de toda regla.

Una vez se celebra la convención nacional de los demócratas, coinciden  los delegados regulares y los superdelegados para que se cuenten sus votos. Y allá es donde la democracia se va por el inodoro.

Tomemos como ejemplo la primaria Clinton-Sanders.

El portal www.politifact.com reportó que en la primaria del estado de Nuevo Hampshire, aunque Sanders ganó el voto popular abrumadoramente –dándole una ventaja de 15-9 entre los delgados regulares– debido a que Clinton tenía más votos de superdelegados, el resultado en la convención podría ser de 15-17 a favor de Hillary.

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¿Y la voluntad del elector? Bien, gracias. Debajo de la bota de algún superdelegado.

Pero los demócratas no se conforman con mantener un sistema prehistórico para la elección de su candidato presidencial. Como si ignorar a su base no fuese suficiente, el partido que desde los años 30 fue capaz de producir los adelantos sociales más  significativos en la sociedad moderna, se vio indiferente y distante con los votantes durante la campaña de 2016.

¿Qué hacemos con los dioses del Olimpo?

Quitarles el poder mediante la restauración de la filosofía de “Una persona, un voto”. Se debe desarrollar una estrategia a nivel nacional para denunciar la omnipotencia de los superdelagados, advirtiendo que existe un mecanismo para impugnar la Carta del Partido Demócrata, a través de su Artículo 10, en plena Convención Nacional Demócrata. La estaca de madera en el corazón del partido es el Artículo 2, Sección 4(h):

La Convención Nacional estará compuesta por delegados igualmente divididos entre hombres y mujeres, según se define en la Carta del Comité Nacional Demócrata, Artículo Nueve, Sección 16. Los delegados serán elegidos a través de procesos que:

(…)

(ii) Permitir delegados no comprometidos que consistan en:

1) el presidente y el vicepresidente de los Estados Unidos,

2) los miembros demócratas del Senado de los Estados Unidos la Cámara de Representantes,

3) los gobernadores demócratas,

4) expresidentes demócratas y vicepresidentes de los Estados Unidos,

5) exlíderes de la mayoría demócrata y minoría del Senado de los Estados Unidos,

6) expresidentes y líderes de minorías demócratas de la Cámara de Representantes,

7) expresidentes del Comité Nacional Demócrata,

8) dichos delegados no podrán tener suplentes y continuarán siendo una excepción a la Subsección (b) de esta Sección 4.

Dicen que el mejor desinfectante es la luz del sol. Dudo que en el Siglo XXI el partido que se hace llamar demócrata convoque abiertamente a  las fuerzas policiales durante su convención nacional –como hizo en el 1968 – para reprimir a quienes abogan por mayor transparencia.

A pesar  de que bajo la presidencia de Tom Perez el Partido Demócrata se limitó el  rol de los superdelegados, la realidad es que los superdelegados seguirán siendo delegados automáticos a la convención nacional, pero no podrán votar en la primera ronda de votación para elegir al presidente. Esto no reduce la concentración de poder en los superdelegados, solamente lo dilata.

Solo un activismo de base correctamente elaborado mediante convocatorias que permitan el voto por Internet y personalmente en la convención, podría terminar con la dictadura de la minoría poderosa.

El objetivo es simple: dejar claro que en una verdadera democracia la balanza no se inclina a favor del más poderoso, que todos los votos llevan el mismo peso.

3. Falta de contacto humano

Uno de los errores más comunes durante los últimos años ha sido poner las estrategias digitales en un altar. La nueva generación de consultores políticos le reza un rosario a Facebook y se purgan tuiteando.

No insinúo que las tácticas digitales carezcan de valor. Pero parece que la comodidad que provee la Internet a la hora de ordenar comida, comprar ropa y buscar con quién salir en una cita se ha trasladado al entorno de la planificación de campañas electorales. De repente se ha generalizado la creencia de que una publicación en las plataformas sociales tiene un poder de convencimiento asegurado. Peor aún, hay consultores que creen que los likes y los comentarios pueden equipararse a la participación electoral.

Por alguna razón que no entiendo, el Partido Demócrata, a pesar de estar mayormente compuesto de políticos de carrera que ni siquiera saben cómo responder a un correo electrónico, incorporó ciegamente a estrategas digitales, sin delinear una estrategia matriz. La operación cibernética durante la campaña de Clinton –contrario a la de Barack Obama– nunca tuvo coherencia ni cohesión; no pudieron abandonar la defensiva, y Trump aprovechó para intensificar su ofensiva.

Y la apuesta a la tecnología terminó sacrificando el contacto directo con el electorado. Mientras Clinton gastaba cantidades absurdas de dinero para reclutar a miembros del equipo de estrategia digital de Obama, el equipo de Trump se enfocaba en Twitter; el resto de la estrategia consistió en darle al  candidato republicano la mayor exposición posible, en carne y hueso, con el público.

Afortunadamente, las elecciones intermedias de 2018 –y el shock de la victoria de Trump– demostraron un renacer demócrata en los esfuerzos de contacto con el votante. Candidatas como Alexandria Ocasio-Cortez e Ilhan Omar son ejemplos de la eficacia que puede resultar de la combinación entre la centenaria táctica del tocar las puertas y los medos  digitales. No es casualidad que los primeros casos  que  me vienen a la mente sean mujeres menores de 35 años. El  choque  generacional ya no se avecina…llegó.

¿Qué puede hacer el Partido Demócrata para ser nuevamente el partido de la gente?

Dejar de tratar a su base electoral como androides y entender que nada puede sustituir el contacto directo con el votante. No se trata de abandonar las estrategias digitales, sino de incorporarlas de forma tal que sean el medio y no el fin.

Se tiene que invertir la pirámide; comenzar desde la base y no desde el tope. El Comité Nacional Demócrata (DNC por sus siglas en inglés) debe ceder una parte de su control sobre la manera en que se interactúa con sus partidarios. Aunque una de sus encomiendas es coordinar la estrategia para las elecciones estatales y locales (condados, municipios, ect.), en la práctica destinan la mayoría de sus recursos hacia las elecciones presidenciales, lo cual no solo resulta en la pérdida de escaños en los estados, sino que causa una desmoralización interna: los delegados y voluntarios se van con el sinsabor de que la estructura partidista no valora su esfuerzo. Y para el próximo ciclo electoral prefieren quedarse viendo las elecciones desde sus casas.

En fin, creo que Trump no ganó debido a la llegada del sector progresista en el Partido Demócrata, sino todo lo contrario: Trump  logró  la victoria como consecuencia de la arrogancia del Partido Demócrata. El confiarse en que hacer las cosas de la misma manera traería los mismos resultados, y sabemos lo que dijo Einstein acerca de eso. E incluso en la derrota, prefirieron culpar a quienes vieron la escritura en la pared y decidieron emplear una estrategia distinta: acercarse al pueblo y hablar su mismo lenguaje.

El Partido Demócrata tiene que dejar de vivir bajo la falacia de que la izquierda creó a Trump, y admitir que el único culpable fue el continuismo.

Las elecciones de 2018 dejaron algo  claro: hay luz al final del túnel para los demócratas, siempre y cuando recapaciten y se unan, tanto internamente como con quienes los eligen.

¿Crees que el Partido Demócrata debe impulsar su agenda progresista o permanecer como un partido de centro?

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