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What to the Don Is the Fourth of July?: El 4 de julio según Donald Trump

What to the Don Is the Fourth of July?: El 4 de julio según Donald Trump

Para algunos es un día para lucir sus mejores galas con una camiseta con el águila calva y el red, white and blue, luego zambullirse en la piscina, comer barbecue y beber cerveza como si no hubiese un mañana.

Para otros significa otro día para ir a trabajar.

Para los políticos –republicanos y demócratas– se trata de un bonus round en el que pueden emitir juicio sobre lo que para cada uno significa ser parte del land of the free and the home of the brave.

Pero, ¿qué significará el 4 de julio para Donald Trump? ¿Acaso sería su respuesta tan compleja como su  manera de gobernar?

Creo que su discurso conmemorando la Declaración de Independencia no deja mucho a la imaginación.

Con la estatua de Abraham Lincoln observándole desde el Lincoln Memorial en Washington, D.C., la tarea de uno de los presidentes más nacionalistas en la historia de los Estados Unidos no era difícil: mantener vivo el orgullo patrio y recalcar la supremacía del ideal que llevó a las 13 colonias a romper con el reino de Gran Bretaña y luchar hasta convertirse en Los 13 Estados Unidos de América.

El 4 de julio de 1776 es la fecha en que el Congreso Continental adoptó los valores que hasta hoy rigen –aunque de manera tenue– la política nacional e internacional estadounidense.

 “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables: que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. –Texto de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América

Pero Trump, contagiado con las ínfulas dictatoriales que debió recibir de Kim Jong Un durante su visita a la frontera entre las Coreas, prefirió darle un giro a la celebración.

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Usualmente los discursos que conmemoran el 4 de julio se distinguen por su tono solemne y protocolar, pero humilde en cuanto al despliegue mediático.

No para Trump…

Poco después de una mención honorífica del discurso “I Have a Dream” de Martin Luther King Jr., el sufragio femenino y las protestas contra la segregación racial en Greensboro, el protocolo y las solemnidades fueron sofocados por las cortinas de humo que dejaron las aeronaves representativas de cada una de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.

Como sacada de un guion teatral, la ceremonia fue la versión pop de una parada militar; una oda a la milicia en la que el niño que vive dentro de Donald Trump pudo enseñarle al mundo los juguetes nuevos que guarda en los almacenes de la Guardia Costera, las Fuerzas Aéreas, la Marina, el Cuerpo de Marines y el Ejército de los Estados Unidos, cada uno con su himno como soundtrack.

Maestro del espectáculo y discípulo del rencor, el presidente intentó contrarrestar la burla de la cual fue objeto cuando dejó entrever que el abolicionista Frederick Douglass, estaba vivo.

Con la misma infantilidad con la que hizo alarde de su arsenal militar, Trump fue hasta donde el ego permite y dejó ver que sabe quién es Douglas.

“La intrépida determinación de los Estados Unidos ha inspirado a los héroes que definieron nuestro carácter nacional, desde George Washington, John Adams y Betsy Ross, hasta Douglass, ya saben, Fredrick Douglass, el gran Frederick Douglass...”.

Pero el karma instantáneo se hizo sentir en el teleprompter.

Cuando se aprestaba a describir la gesta de las tropas comandadas por George Washington, Trump comenzó a balbucear sílabas como un bebé descubriendo el arte del habla.

Ya recuperadas sus facultades para combinar palabras, afirmó que los soldados estadounidenses “ocuparon los aeropuertos”.

No sé qué me causó más risa, el blooper de Trump o el público aplaudiendo su interpretación de la historia estadounidense, en la cual existían aeropuertos antes de que los hermanos Wright realizaran el primer vuelo en avión para 1903.

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Ahora en serio, más allá de la metida de pata y de sus deseos reprimidos de autoritarismo, el discurso de Trump vino cargado con la retórica racista y xenofóbica que le caracteriza, y que Frederick Douglass condenó hace más de un siglo en su discurso titulado “What to the Slave is the Fourth of July?”.

Nacido como esclavo en el estado de Maryland, su vocación de rebelde inició con su interés por educarse, convirtiéndole en uno de los pocos negros que sabían leer y escribir.

Consciente de que si no escapaba su destino sería morir como esclavo, Douglass abordó un tren desde Maryland hasta Nueva York, haciéndose pasar como marinero. Tan pronto pisó suelo neoyorquino, se refugió con un grupo de trabajadores ferroviarios que también eran fuertes activistas en favor de los derechos de los negros.

Gracias a las creencias religiosas que desarrolló usando el Nuevo Testamento para aprender a leer, se licenció como predicador. Fue durante este periodo que Douglass se insertó de lleno en el movimiento abolicionista; influenciado por los escritos de William Lloyd Garrison, se destacó rápidamente en uno de los portavoces más efectivos del movimiento anti-esclavista.

Tras unirse a la Sociedad Anti-esclavista, hizo un tour de aproximadamente 6 meses para difundir el mensaje abolicionista. Al ver que su experiencia como esclavo generaba la controversia deseada, escribió su autobiografía. El éxito del libro le obligó a buscar  refugio entre Irlanda y Gran Bretaña, donde experimentó por primera vez la sensación de igualdad; narra en su obra que:

“Cuando voy a la iglesia, no me encuentro con la nariz protestona ni los labios desdeñosos para decirme: No permitimos que entren negros aquí".

Como desde aquella época existía el fundraising político, varios miembros del sector abolicionista recaudaron la cantidad necesaria para comprar la libertad de Douglass, pudiendo regresar a los Estados Unidos.

El 5 de julio de 1852, inmortalizó su ideología ante la Sociedad de costureras anti-esclavistas, en Rochester, Nueva York, con el fin de exponer que lo negros no tenían nada que celebrar acerca de la independencia de los Estados Unidos.

Un discurso tan trascendental merece más que una transcripción, así  que te dejo la lectura que hizo nada más y nada menos el responsable por regalarnos la voz de Darth Vader y Mufasa, el gran James Earl Jones.

La misión del discurso de Douglass era dejar al descubierto la hipocresía de celebrar la independencia de los Estados Unidos dentro de la “esclavitud estadounidense”.

En un periodo en el que los esclavos eran considerados como animales que podían trasladarse como mercancía al mejor postor, el futuro asesor de Abraham Lincoln utilizó el tono más irónico y controversial posible para evidenciar la humanidad del negro.

¿“Debo esforzarme para demostrar que el esclavo es persona? Pero este punto ya está admitido. Nadie lo duda. Los mismos esclavistas lo reconocen cuando promulgan leyes para su gobierno, lo reconocen cuando castigan la desobediencia del esclavo”.

Contestando la interrogante con la cual se tituló el discurso, Douglass empleó la misma ferocidad con la que fue tratado durante sus años como esclavo:

¿“Qué es para el esclavo estadounidense su 4 de julio? Yo les respondo: un día que le revela, más que cualquier otro día del año, la tremenda injusticia y crueldad de las que es víctima constante. Para él, su celebración es una farsa; su alardeada libertad, una profana licencia; su grandeza nacional, hinchada vanidad; su regocijo, vacío y sin corazón; sus gritos de libertad e igualdad, huecas burlas; sus plegarias e himnos, sus sermones y agradecimientos, con toda su ostentación religiosa y solemnidad, son, para él, mera grandilocuencia, fraude, engaño, impiedad e hipocresía, un tenue velo para cubrir delitos que avergonzarían a una nación de salvajes. No existe nación sobre la Tierra en este mismo momento que sea más culpable de prácticas tan escandalosas y sangrientas como el pueblo de los Estados Unidos”.

El su discurso del 4 de julio de 2019, Donald Trump no fue en ataque full throttle a las minorías, sino que escondió el puñal en pañuelo de seda.

Terminó con el llamado a recordar la gran historia estadounidense para lograr un mejor futuro; para perseguir el sueño americano.

Pero fue en su felicitación a la audiencia que enseñó su verdadero sentir.

“Una vez más, a todos los ciudadanos de nuestra tierra: tengan un glorioso Día de la Independencia”.

No creo que exista tinta suficiente como para hacer énfasis en el uso del término “ciudadanos” por parte de Trump.

Para cualquier otro presidente –o político en el mundo– la frase podría interpretarse como un llamado a los “ciudadanos del mundo”, pero claramente, este no es el caso.

Desde que hizo pública su aspiración a la presidencia, Trump prometió una “reforma migratoria” basada en deportar a todo inmigrante que no posea la ciudadanía estadounidense, independientemente  de cuánto tiempo lleve viviendo en los Estados Unidos.

Sí, Obama implementó una política migratoria severa, pero no llegaba al punto de crear una política pública dirigida a la separación de familias inmigrantes y a eliminar la ciudadanía por derecho de nacimiento.

La despedida en su discurso es un guiño a la base recalcitrante. Un “no me he olvidado de ustedes” a los electores del White Power que pueden asegurarle un segundo término presidencial en 2020.

¿Qué significa para Donald Trump el 4 de julio?

Una fecha para alimentar su ego y alardear de su posición como Comandante en Jefe.

Un día para difundir su mensaje político de nacionalismo excluyente.

Una oportunidad para consagrarse como el líder máximo del Partido Republicano.

En fin, para Donald Trump, el 4 de julio es meramente un día como cualquier otro, en el que la única historia que debe ser contada es la suya. Su arsenal militar por encima de la lucha  abolicionista; y su retórica divisiva sobre la reconciliación de las razas, etnias, ciudadanías y naciones.

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