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Chug Warren Chug: El problema de inautenticidad de Elizabeth Warren

Chug Warren Chug: El problema de inautenticidad de Elizabeth Warren

La historia de Elizabeth Warren es admirable. Para no perder su casa, su madre tuvo que trabajar en la tienda Sears mientras cuidaba de ella y sus hermanos tras el fallecimiento de su padre.

Divorciada y con dos hijos, logró estudiar Derecho, convertirse en una prominente abogada de Quiebras y en una prestigiosa profesora de Derecho. Un verdadero testimonio de perseverancia.

La Elizabeth de apenas 30 años con sus hijos, Amelia y Alexander.

La Elizabeth de apenas 30 años con sus hijos, Amelia y Alexander.

Warren comenzó su carrera en la abogacía como docente.

Warren comenzó su carrera en la abogacía como docente.

Su pericia en asuntos económicos le aseguró el nombramiento del Senado al panel encargado de supervisar la implementación de la Emergency Economic Stabilization Act, o sea, la ley que salvó a la banca estadounidense del colapso. Warren se convirtió en una centinela de la estructura que permitió que el gobierno de los Estados Unidos metiera la cuchara en la compra de activos tóxicos (toxic assets), lo que redundó en el apocalipsis hipotecario que hasta el momento atraviesan los estadounidenses. Además, fue una de las responsables de la creación del Consumer Financial Protection Bureau (CFPB) , agencia encargada de reglamentar los servicios financieros en beneficio de los consumidores.

A pesar de que  todo indicaba que Warren sería nombrada como directora del CFPB, los grupos de interés de Wall Street cabildearon incesantemente para impedirlo. Barack Obama se vio arrinconado y en 2011 nominó a Richard Cordray para el puesto.

Como toda buena idealista, la profesora entendió que la mejor manera de cambiar el mundo era entrando al vientre de la bestia.

Aprovechando la débil incumbencia del republicano Scott Brown, Warren decidió retarlo en los comicios de 2012, obteniendo el 53.7 %, y convirtiéndose en la primera mujer electa al Senado por el estado de Massachusetts.

Desde su entrada al Senado, se convirtió en una portavoz de la “guerra de clases”, llamando la atención de la clase trabajadora que se sentía cada vez más absorbida por la espiral descendiente de la crisis económica.

Su llamado a “nivelar el campo de juego” para quienes no tienen los medios económicos ni las conexiones políticas de Wall Street, la popularizó entre demócratas y republicanos por igual.

Con un reconocimiento astronómico y un discurso que apelaba a un sector olvidado, parecía lógico que Warren fuese la candidata idónea para la cerrera en 2016. La facción progresista en el Partido Demócrata veía en ella una voz empática y una alternativa liberal a la candidatura del centro demócrata de Hillary Clinton. Incluso, varias figuras de la política y la farándula crearon el movimiento Run Warren Run para impulsar su candidatura desde temprano.

Creo que nunca sabremos la verdadera razón por las cual Warren se hizo a un lado y permitió que Hillary fuese el rostro femenino en la contienda presidencial. Existe la teoría de que su esposo, Bruce Mann, le aconsejó que se abstuviera de correr debido a los ataques personales que vendrían con la campaña, y está la versión de que Hillary logró convencerla a puertas cerradas de que se conformara  con la candidatura vicepresidencial. Independientemente de la razón, la senadora decepcionó a muchos con su decisión. Hillary se convirtió en la aspirante femenina oficial y Run Warren Run murió.

Ese fue el primer traspié de Elizabeth. Desde entonces, comenzaron las dudas sobre qué tan confiable podía ser.

Y surgió el escándalo de “Fauxcahontas”.

Varias fuentes confirmaron lo que se comentaba desde su carrera al Senado en 2012: a lo largo de su carrera profesional, Warren solicitó ser considerada como minoría étnica/racial y reclamó ser de ascendencia amerindia.

Su victoria en el Senado silenció los señalamientos de su excontrincante, pero una vez Donald Trump se convirtió en el candidato republicano, Warren no se pudo resistir a atacarlo.

Y quien ataque a Trump sabe que el contragolpe es tan seguro como que el sol saldrá en la mañana.

Puede ser al día siguiente, en una semana, en un mes o en un año, pero el golpe vendrá. Apenas un año en la presidencia, Donald ripostó.

Eventualmente Warren se sometió a una prueba de ADN, cuyo resultado, en palabras del genetista Carlos Bustamante:

“Sugieren que definitivamente tiene ancestros indios en su genealogía”.

Respuesta más vaga, imposible. Es como afirmar que por que alguien tenga piernas es maratonista.

En otras palabras, quiso decir que la ascendencia india de Warren es de una décima generación, prácticamente inexistente.

Trump captó el intento fallido por salvar la credibilidad de Warren, y por supuesto:

El tiempo no pasa en vano, y los vacíos políticos se llenan rápido. Sobre todo cuando se trata de asuntos ideológicos. El sector progresista que se sintió traicionado por Warren encontró consuelo en la campaña de Bernie Sanders en 2016. Eso explica la reacción “meh” que tuvo el anuncio de su campaña.

La llegada de nuevos candidatos, más jóvenes y mejor versados en el uso de las plataformas sociales para conectar con los votantes, claramente desesperaron a la académica de Harvard, quien pensó “Yo también puedo”.

Los buitres en los medios de comunicación divisaron el vídeo, y como a un cuerpo en descomposición, devoraron cada parte: el hecho de que le agradeciera a su esposo Bruce –a quien le tomé aprecio luego de leer A Fighting Chance – por simplemente estar en la casa en la que reside (Duh!); el uso de la frase “I’m gonna get me a beer”; y lo peor de todo: escoger la cerveza Michelob Ultra, una cerveza que solo toman los entusiastas del Crossfit y mi padre.

La John Kerry de las cervezas.

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La motivación para irse off character sigue siendo un misterio. Warren siempre se ha proyectado como una persona afable, comunicativa, y cómoda dentro del típico estilo sobrio que caracteriza a toda persona que dedica sus años de juventud a dar clases sobre el Código de Quiebras.

Es alguien con quien felizmente te tomarías una cerveza…pero lejos de una cámara…y que no sea una Michelob Ultra.

Supongo que Warren creyó tener suficientes flechas en la aljaba, porque aun con la impugnación a su linaje y su triste debut en Instagram, el 9 de enero de 2019, lanzó su campaña para la candidatura presidencial.

Pero el daño ya está hecho, y  no tanto por querer demostrar qué tan Cherokee es.

Sí, la controversia sobre sus raíces indias lastimó su credibilidad, pero el truco publicitario con la cerveza liquidó algo que una vez se pierde, difícilmente se recupera: la autenticidad.

Un gaffe puede arreglarse, y hasta utilizarse favorablemente si se acepta la falla. Por ejemplo, a George W. Bush le importaba poco la manera en que se burlaban de su pésimo uso del inglés, y el uso de los términos y las frases que pasaron a la historia como Bushisms.

Durante 8 años se le criticó su humildad retórica, pero nunca se le acusó de inauténtico.

Porque la falta de autenticidad es como una letra escarlata en la imagen del político. Jamás podrá ejecutar ninguna estrategia de marketing sin que se le juzgue.

Una vez el público se percata de que trató de ser quien no es, el filtro se encoje.

Warren es una de las mentes más brillantes en la primaria demócrata, pero su carisma se ha ido desvaneciendo para el ciclo electoral de 2020. Hay dos razones que explican porqué pasó de ser una de las voces progresistas pioneras a una wannabe.

1.    La matrícula progresista aumentó

La llegada de candidatos progresistas como Cory Booker, Kirtsen Gillibrand, Beto O’Rourke, y el segundo intento de Bernie Sanders para alcanzar la presidencia, hacen ver a Warren como una versión femenina de Joe Biden: una centrista intentando ser radical. La mejor muestra es cómo la guerra contra Wall  Street dejó de ser su issue exclusivo y se convirtió en un talking point genérico entre todos los aspirantes.

Ya Warren no es la revelación liberal que gozaba de la simpatía del votante joven; hay más opciones, más jóvenes, más liberales y sobre todo, más auténticas.

Esto presenta un problema para la senadora, ya que su distintivo perdió atractivo. Aun eliminando el episodio cervecero de la ecuación, el ocaso de Warren estaba escrito en la pared por una sencilla razón: su pésima habilidad para medir el timing de sus aspiraciones.

Después de la decepción que generó al no correr en 2016, trató de atacar a los republicanos –especialmente a Trump– por todos los flancos. Pero entre el descontento por haber respaldado a Hillary sobre Bernie, y la evolución de la ideología progresista en el Partido Demócrata, “Liz” debe evaluar si su  contribución política debe continuarse desde el Senado, o desde un regreso al profesorado.

Parafraseando a Shakespeare, Warren malgastó el tiempo. Ahora el tiempo la malgasta.

2.    Si eres wonk, no pretendas ser celebrity

El término wonk (o policy wonk) se utiliza para describir a los tecnócratas que estudian con detenimiento cada detalle de los asuntos públicos. Esos a quienes se les hace la boca agua cada vez que  ven un informe con cifras y por cientos.

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Son pocos los que tienen éxito combinando el análisis de política pública con un carisma envidiable. Por ejemplo, Bill Clinton se codeaba con los intelectuales que configuraban sus propuestas económicas  durante el día  y por la noche tocaba el saxofón en el programa de Arsenio Hall.

Barack Obama pasaba el día convenciendo a demócratas y republicanos acerca de los beneficios económicos y sociales de mantener la Affordable Care Act, y durante noche cantaba sus logros con Jimmy Fallon.

Esa habilidad de armonizar el conocimiento técnico-político con la autenticidad es un poder reservado para unos pocos elegidos.

El resto, usualmente tiene que escoger entre ser un wonk o un celebrity,  como por ejemplo, Beto O’Rourke, quien tiene un poder de convocatoria increíble, pero tan pronto le piden una opinión concreta sobre algún tema, recurre al cliché. Y al otro extremo está Warren, cuya autenticidad consiste en su capacidad para simplificar asuntos de política pública complejos, no en tratar de ser cool. Su arsenal político es intelectual, y según va explicando los efectos de las propuestas es que logra establecer la  conexión emocional con el votante.

El caso Warren debe servir como lección, tanto para candidatos como para consultores, acerca del daño irreparable que causan las estrategias basadas en el engaño. Vemos cómo la artificialidad en la imagen afectó una de las candidaturas con mayor intelectualidad y deseo genuino de cambiar el sistema.

Irónicamente, Warren pretendió llevar una candidatura poco convencional utilizando la estrategia de comunicación más rechazada en el campo político.

¿Tendrá Warren alguna posibilidad de recuperación, o su campaña tocó fondo?

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